La hora Pop. Por Leonardo Bolaños
Hay una huella en cada foto de las fotos adelante, muy atrás, siempre iluminadas de un verde gris, algún lugar pobre como un pueblo similar a cualquier pueblo enterrado bajo tierra por numerosos deseos sin fertilizar, iluminados por jardines jóvenes y de muerte amarilla de pocos años sin regar. Esas fotos están allí, pero no es ahí. El talento novedoso de la vejez… Ja. La banda está un poco más al frente vestidos de luto, quizás fueron los 90´s, pero en realidad es ese visceral olor de planeta tabaco, mariguana, quizás muchas sustancias, comidas por vomitar, empleos que huelen a metal, a óxido, a hierro, a sangre, a sangre que huele a metal, como un apocalipsis nicotínico, un frenesí cafeinado, una energía desgarrada por mantener un tipo de cordura presente desde su primer hit. Una necesidad de burlar la aparente abstracción artística de los Post-Punk de los 80´s, para recitar un drama sarcástico, un amical drama sarcástico apestando a nauseas, nauseas de seguir tragando, seguir viviendo, seguir leyendo.
No quieren golpear muy alto, no es su intención ser una super banda de rock, pero se escucha desde lejos el murmullo de una ciudad que grita con patrones de rostros que nunca vuelven, más que una vez en toda la vida, por aparecer, quizás en la fiesta errante de las mudanzas, los escapes de la Big City o visceversa, y aterrizar, por fin aterrizar luego de la fiesta de lágrimas secas y dejar la náusea inolvidable a la realidad, a casa.
Adam´s Song: La muerte está aquí, y es mucho peor… Siempre con risas, con alcohol, con firmes años de juventud, circulan por las avenidas desnudas, desde la primera línea, el trío dejando atrás los hoteles, saliendo de locales de empeño, quizás, sin relojes en las muñecas, con pulseras y las manos enterradas en los bolsillos, y la curva pesimista de la cabeza, sonríe un pedazo de ironía, nada, nada por pensar de nuevo, y no es lo peor, es qué dejo, qué tono, qué gesto tan bajo, tan humillante de contar ¿qué se hace por dinero? como una alegoría al cine existencial francés de los 60´s en blanco y negro, calles de nada, en un notorio silencio sin esperanzas, ellos con tatuajes, siempre, y genitales censurados buscan, escapan de algún lugar, o no tienen tiempo para llegar, en What´s my Age Again y Adam´s Song, pero eso no significa que vestidos de blanco, vestidos de negro, vestidos de mujer, vestidos de hombre, y con albedrío el héroe protagonista de todas las canciones se manifieste como un hombre que no le importa más la química, ni la atracción física, ni su identidad sexual, ni su sentido del humor, ni su edad. Con firmes ambulantes pérdidas de sentido haciendo travesuras de niños y jóvenes, el trío se exhibe obscenamente ante un público, pero no este, sino aquel, el que lo censura, el que calla, el que llama a la policía, etc.
Aniversario del dinero. Por Leonardo Bolaños
Es un bus del corredor azul hacia la dirección recta al Centro de Lima. Me lleva por Arequipa, no sé por qué quiero llamar la atención, o tal vez no quiera, escuchando música francesa, y otras melodías mientras se despiertan las acciones por el camino. Veo a una mujer, de pelo teñido rojo, con miradas discretas mira hacia mi derecha. El plan está completo. Voy a vender mis historietas a cambio de una historia. Cuando estoy a punto de bajarme, planeo algo espontaneo, voy a esa mujer de pelo rojo, y en unos pasos al frente, ante la mirada directa de sus ojos castaños, la invito a salir conmigo. Pero ella dice no. Bajo del corredor azul hacia Quilca. El camino está lleno de librerías. Siento la agresividad de cada metro avanzado, bajo el sol amarillo hay un cruce al que me dirijo, un cruce de autos y piernas, perdiéndose por la callejuela. Busco vender mis historietas, ese noveno arte ilustrado de superhéroes X-force. Siento la premura, el nervio en el tiempo que sucede, un giro hacia la derecha, por la sombra precisa del Quierolo, bocas abiertas en el bar, comiendo y saboreando el tiempo de una sustancia. Químicas de lo inesperado a cada lado, como un mundo de sustancias, me marean, me agitan, me lleno de nervios y busco un sentimiento muy exacto, muy contado. Busco la librería de aquellos comics gastados, en portadas plateadas y verdes del Hombre Araña, tomos de La Guerra del Inifinito. Historias hechas rectángulos, hechas cuadrados, medidas, calculadas para una finalidad precisa, contada. Un joven de pelo rubio, ojos claros, polo blanco, mochila negra a su espalda gasta su dinero para ser un nuevo tipo de propietario. Yo quiero vender esto por un precio muy exacto, pero desde comienzo del escenario, desde la definición del momento todo se vuelve apresurado, y el hombre al quién le hablo, para vender aquellas historietas de los jóvenes mutantes de X-force se va por el caño. Como agua de tinieblas que rodean la hermosa librería gótica de papeles gastados a 30 soles, al precio que estás buscando, me veo a mi mismo gritando. ¡Tú no sabes negociar! El círculo de aquél trueque de valores y percepciones químicas del intercambio se rompe abruptamente, como la caída desde un caballo, he herido el mío, y el otro orgullo de darnos materia, nuevas ideas, entretenimiento definida en los rectángulos coloreados de X-force. Salgo por estas rectas sombras hacia adelante, por aquella Quilca resonante de voces en cada espacio, en cada página sucia, en los carteles de la selección peruana de fúbol posando, en las revistas pornográficas de Soho, con pechos chorreando de cadenas plateadas y tejidas casi de una simbólica egipcia. Rostros agudos al espectacular comercio errante, casi ebrio de detalles, sustanciales como un sabor centrado, concentrado, por el Centro de Lima, y voy hacia la entrada y hablo con un segundo negociante sobre el posible encanto de un éxito monetario calculado. Y él mira mis ojos con suspicacia, interrogantes congeladas en el rostro del negociante, porque el quiere escuchar una historia creíble, el busca un personaje creíble en mis palabras, pero yo no creo que exista una forma de identificar la emoción que activa la mirada especulante. Como si fuésemos dos animales oliéndonos y viéndonos nuestros dientes, abrir y cerrar, metódicamente para ganar algo de dinero. Y este señor, nuevamente, me invita a retirarme porque me he dejado llevar por los impulsos, he sido desagradecido con muy poco tino, no puedo convencerme a mí mismo que quiero realmente ganar algo, sino demostrar que sé razonar, qué entiendo qué hay un elemento discreto en cada forma de hablar sobre el dinero. Y salgo, a la tercera puerta del negocio, invitándome con papeles, contratos, editores y abogados, camino por el establecimiento repleto de numerosos libros, series de comics, pornografía, siluetas dibujadas o caricaturizadas. No hay otro reemplazo para decir con palabras en el momento oportuno lo necesario, escueto, sencillo y claro. Como una forma de periodismo momentáneo, casi efusivo y con un ligero elemento festivo, veo la mirada brillante de la mujer que acepta mi estilo de negociar, tímida y rápidamente, sin nada más que buscar algo efectivo. Y ella me dice que espere, y en cada minuto que va pasando espero entre título de libros no abiertos, palabras sin comenzar, significado detenidos, con minuciosos detalles, quizás en algún otro material, veo las letras rojas dibujadas sobre el brazo en L de una mujer desnuda, como cruzándose cicatrices rojas dibujadas sobre la fotografía del cuerpo desnudo, vulnerable, hallado de aquella mujer. Como un simbolismo periodístico en un tipo de reliquia. Y cuando me doy cuenta, por esa calle no cruzan mujeres, ese tipo de mujeres exóticamente líquidas, como agua detenida en forma de carne, como goteantes muslos, etc. Y esto es adrede, ya empiezo a leer entre líneas. El libro La virgen de los sicarios en extremo de siete ediciones de otros materiales. Y entonces, ya sé, intuyo algo, y recuerdo a todas esas pornografías sentimentales de mujeres de corazones desnudos, pienso entonces en las prostitutas de los nombres estigmatizados por las costumbres de otras calles. Y entonces sigo con mi memoria, leyendo entre líneas porque ninguna mujer de esa apariencia cruza por estas avenidas. Y veo el garabato oscuro de los huecos molidos de las calles, las formas de marcar el territorio con hediondos olores, licores, quizás algún desafortunado vómito, quizás alguna otra forma arruinada de los colores impregnados de polvos, hollines, meados, ladrillos desnudos dando a ventanas ilustradas de habitaciones oscuras y, de quienes pobladas, noto un tipo de belleza advertida, premeditada en las banderas peruanas mal colocadas sobre las ventanas, como una huella de la desesperanza de encontrar otro símbolo menos errante de nuestra patria. Y todas estas sustancias químicas de enladrilladas paredes, vidrios golpeados como un impacto tétrico, yo no sé. Sé que todas estas referencias significan tener cuidado, y cuidarse también porque algo puede aparecer, como un significado oculto en todas estas transacciones del dinero por libros viejos, significados quietos. Y sé, de nuevo, que nunca he visto mujeres tan atractivas por este Centro de Lima como en las revistas. Y entonces sé que sí hay mujeres atractivas; las putas, las del cariño alquilado, la de la química alquilada y maquillada de agudas prominencias, como un atuendo recortado en una daga clavada sobre los tacos altos, como un peligroso infarto cuidado y alquilado de orgasmos, sigo pensando en todo este significado quieto, viejo, descuidado, sucio y penetrado de malos cálculos construidos, como un maquillaje descuido en las viejas maderas de las ventanas con la bandera colgando, rindiéndose estos espacios a un descalculado tipo de descuido. Entonces sé que esto me advierte. ¡No deben caminar mujeres por estos espacios, peligro! Entonces sé, sin esas mujeres no hay competencia con las otras mujeres que performan su sexualidad con los extraños. Sería entonces muy malo tener competencia entre putas de revista y putas Quilca. Luego de un rato, me dan el dinero de la venta de mis comics de X-force. 45 Soles por 45 números de X-force, todo gratis.
Tapachula mon amour # 1

Una muestra del muladar, ya que la anterior la han vetado
A mediodía, la temperatura será de 35 grados y lo que llaman sensación térmica se acercará a los cuarenta. Para calcinarme me encierro, aunque no lo hago con decisión: en el techo hay un ventilador que me alivia y quisiera sentirme en una ciudad vietnamita como Sheen en Apocalypse Now. Aunque mis días no semejan a aquella incursión al horror; los míos son familiares, sin peligro: son un capítulo de La rosa de Guadalupe, pero sin milagros. El escritor de esa serie, Carlos Mercado Orduña, nació en Tapachula y es uno de los orgullos de la ciudad; cada tanto lo entrevistan para que dé una lección donde se evidencie que el triunfo se basa en el trabajo y el sacrificio: nunca hay obsecuencias, ni tramas para trepar; el mundo es un lugar donde se premia al mérito.
Opto por guarecerme en la casa donde vivo, para apenas imaginar los trámites burocráticos que ocurren en los diferentes despachos migratorios. En esta ciudad comienza el último obstáculo para las personas que buscan llegar a Estados Unidos. En automóvil, estoy a unos veinte minutos de la frontera con Guatemala, la cual la franquean por el puente o a través del río Suchiate, muy breve en su profundidad y anchura como el Suchiate. La vía acuática no precisa de algún control migratorio mientras que la terrestre sí. Y los agentes de migración saben lo que pasa abajo y, los de abajo, saben lo que ocurre arriba. Read More…
MINCA (depósito de almas errantes). Una crónica de Umberto Amaya.
MINCA
(depósito de almas errantes)

El autor.
Después de tres meses en la Sierra Nevada, regresé a Arauca, una tierra llana inundable donde lo que germina en verano lo ahoga el invierno y lo que nace en invierno lo quema el verano y solo crece eso que retoña más fácilmente en todas partes —la hierba—. Tierra llana sin mar, montaña, ni selva; habitada por una gente que en su mayoría solo cultiva la palabra con una franqueza tan marcada que raya en la ordinariez.
¿Chico, donde estabais? Me dijo un criollo de sombrero vaquero, alpargatas negras, pantalón blanco y cuchillo en la cintura. —En Minca, un pueblito de la Sierra Nevada de Santa Marta— le respondí seguro que él no tenía ni idea de que se trataba, pero el hombrecito me contestó —Eso allá es muy bonito, pero yo mejor me quedo por aquí, porque allá le cae a uno la pava y en todo le va mal, no está mirando que esos son sitios sagrados y los sitios sagrados no son para vivir, a no ser que tú tengas un comportamiento sagrado—
Y los indios de allá son jodidos, bien jodidos; no como los de aquí, ni como las indias de aquí, que una limosna de amor no se la niegan a nadie. Allá en la Sierra no..! Allá los indios cogen a los blancos, los sientan en una piedra y por cualquier maricada los ponen a hacer pagamentos, después les amarran un hilo en la muñeca y les quitan plata— Le presto la palabra a este criollo ágrafo, porque su concepto sobre la Sierra Nevada sirve como reflexión; pero en primera voz quiero contar, lo que vi, lo que olí, lo que escuché, lo que sentí y aprendí en ese pueblo situado en esa crestería montañosa con forma de serrucho, de atardeceres azafranados tan útiles como elemento poético para los que no tienen poesía en esa hora en que muere el día sin que podamos remediarlo.
HISTORIA Y MEDITACIÓN: Si afirmáramos que la fundó Don Juan de Minca, le estaríamos robando siglos de historia a esa región que fue asentamiento indígena y de manera especial cementerio, por lo que tuvo que soportar el “huaqueo” (saqueo de un yacimiento arqueológico) palabra quechua que significa —lugar sagrado, templo— Entonces, le estaríamos dando crédito a las palabras del criollo de sombrero, alpargatas y cuchillo en la cintura y cabe como coincidencia histórica añadir, que este lugar fue además, centro de meditación y ayuno de los indios Coguis y los Uiua, indígenas a los que no los trasquiló tijera.
También a mediados del siglo pasado los religiosos que allí se instalaron lo hicieron con el propósito de hacer retiros espirituales y vale además, destacar también, que entre los muchos viajeros que a diario llegan a ese —depósito de almas errantes llamado:Minca— lo hacen con el propósito de tener sitios que permitan la meditación, el retiro y la medicina espiritual. A todas estas coincidencias le podemos agregar que la Sierra Nevada de Santa Marta, el macizo montañoso tropical más alto del mundo y sus habitantes, guardan mucho parecido en las prácticas espirituales con los habitantes del Tíbet.
LA LLEGADA: Se parte desde la plaza de mercado de Santa Marta, en un campero destartalado que no permite la visión del paisaje y después de cuarenta minutos de estar esquivando los baches de la carretera se llega al pueblito de Minca, un amontonamiento de casas, sin andenes y sin planeación alguna, con un barrio central donde vive la gente que lleva más tiempo en la zona y es la encargada de hacer los oficios humildes a los nuevos colonos —Barrio El Casino— es su nombre, porque el sitio donde habitan fue un antiguo casino de los trabajadores de obras públicas.
LOS HIPPIES-CHICS DE MINCA: El resto del pueblo poco a poco se va disipando en construcciones confortables adaptadas en su mayoría para recibir turistas; y como corolario necesario, siguiendo la mirada de ese recorrido perceptivo, me atrevo a decir que de la misma manera que en Palomino nació la comuna de los —hippis-coguis— los propietarios de estas mansiones en su mayoría son —hippies-chics— que descubrieron una tierra que no andaban buscando y enamorados de tan edénico lugar y fatigados de su existencia gitana, se instalaron en Minca; pero en la añoranza de su origen urbano, escogieron los sitios con vista hacia la ciudad dorada, que no es otro que el resplandor de Santa Martha cuando anochece, entonces terminaron colocando el frente de las casas hacia el país de la luz. (Pido disculpas por la tendencia a la fantasía tituladora y les pido que en este caso entiendan —chic— como un sinónimo de elegancia y no como el ruido que producen las mujeres al masturbarse).
Crónica de una compulsión extraordinaria (parte única)
Cuento-.
Mientras esperaba en los pasillos de emergencias psiquiátricas me dio un ataque de tos, debido a una broncoaspiración pequeña que me hizo vomitar allí, en el espacio límpido y desinfectado de la clínica. Cuando el doctor abrió la puerta volteó a mirar lo primero la mancha rojiza del vómito y después a mí, que traté de sonreír, y con un gesto de repulsión me preguntó si yo era el periodista que esperaba conocer a Kelvin, o si era un paciente esperando a ser remitido a urgencias. Pensé para mis adentros, divertido a pesar de todo, a pesar de lo mierda que me sentía, como después de que a uno le da un ataque de vómito por broncoaspiración, si no era posible ser las dos cosas, pero el gesto brutal del médico me hizo considerar que lo mejor sería responderle lo más exacto posible, si por exacto se entiende lo que mejor se ajuste a las necesidades pragmáticas del médico, entonces, limpiándome la boca con la manga del traje le dije que solo deseaba ver a Kelvin, porque era el periodista que tenía la cita con Kelvin. Bien, me dijo, y me hizo seguir como si fuera un indigente. Luego llamó de mala manera a una enfermera y le dijo que enviara a recoger ese reguero de cochinada que el periodista había dejado.
Esta historia no empieza en el momento en que estoy en el pasillo de espera para entrar a Unidad de Cuidados Intensivos Psiquiátricos de la Clínica para el tratamiento del Sistema Central Nervioso. Esta historia empieza en los divertidos años ochentas. Divertidos para todos los que los recuerdan con cariño, simpatía y sublimación. Para Kelvin seguramente era otra década como otras tantas, con sus vicisitudes, sus estéticas, sus pendejadas, sus políticas, sus calles feas y todo lo que tiene una década que tiene otra década.
CASOS DE LA NOCHE VIP BOGOTANA
Diciembre de 1984: Kelvin Darío Torres, soltero, 32 años. Residencia: Soacha, Cundinamarca. Trabajaba en el exclusivo sector de la zona rosa en Bogotá como vigilante de un Hotel. Allí se reunía el esplendor de la televisión colombiana. La figura de los presentadores y el sistema estelar empezaba a consolidarse. Bellas mujeres vestidas con ceñidos trajes iban con sus chaperones guapos, en lujosos coches y los parroquianos empezaban la tradición de pedirles autógrafos. Esas noches mágicas en la zona rosa de la Bogotá de 1984 era otro mundo de fantasía. Tan distinto al mundo casi rural en el que vivía Kelvin Torres. Para muchas personas del común, Kelvin era privilegiado solo por el hecho de estar allí, ocupando el lugar de testigo directo de la vida de las estrellas de la farándula colombiana. Cuántas veces no vio a la niña Mensa recostada de lo ebria en los anchos hombros de Charlie Lives el cantante pop más querido de las bogotanas. O la vez que vio a Villana Bolaños pasando de la mano del joven empresario más destacado de Antioquia, según la revista Semana, y éste le paso un fajo de billetes a Kelvin solo porque le recordaba que él también después de todo era un pobre diablo.
Todo esto no habría pasado de ser una anécdota de un anónimo si no es porque por esos días Kelvin desarrolló una compulsión de la que no estaba consciente. El primero que se dio cuenta fue un compañero de turno, cuando en una ocasión a las dos de la mañana, sintió un olor como de queso recién molido y al volver el rostro hacia su compañero vio que éste tenía la bragueta abierta y de allí se asomaba su tímido pájaro que vomitaba el líquido blanquecino. Al advertirle que no podía jalarse el ganso así como si nada en pleno turno, Kelvin lo miró con rostro de incredulidad diciéndole que no tenía idea de lo que hablaba. Cuando su compañero le señaló la bragueta toda almidonada, Kelvin pareció igual de maravillado a él, confesándole que no podía entender cómo había podido ocurrir semejante accidente. Caso 1.
Caso 2. Premiación de Telenovelas. Noche de gala. Eran las 4 p.m. y los preparativos tenían a todo el personal del hotel en estado de ansiedad y agitación. Las maquilladoras empezaban a llegar con sus maletines. Una de ellas se detuvo frente a uno de los rígidos guardias y empezó a gritar. Era Kelvin que se estaba masturbando frenéticamente con una mano, pero por otro lado, su cuerpo parecía mantener una postura en firmes. Fue cuando llevaron a Kelvin a la policía por obscenidad y fue destituido de su puesto de trabajo. Kelvin aseguraba no entender el motivo de su detención y expulsión. Los medios de esa época se burlaron de él y le pusieron «la mano pelúa». Un artículo de febrero de 1985 que tengo en mi poder habla incluso del insólito caso de la mano onanista independiente de su dueño: como si acaso nuestros órganos fueran nuestras mascotas y nuestro sistema central nervioso el amo y señor de ellas. Idiotas.
Después de ese incidente, Kelvin desapareció de la vida pública, si es que alguna vez acaso apareció alguna vez, y fue solo un breve motivo de burla y chiste entre la vida parroquial, del joven guardia que se hacía la paja en un prestigioso hotel de la zona rosa. Desempleado, Kelvin trató de empezar una nueva vida vendiendo quesos en la plaza de Corabastos. El olor a queso empezó a ser una constante en la vida de Kelvin al punto que lo llevó a la locura. De Corabastos pasó a una larga jornada en la clínica psiquiátrica La Paz, por su compulsión maniática de maneatarse frenéticamente el miembro. En el bus, en el parque, haciendo fila en el supermercado, o en San Andresito. Siempre había un momento inesperado en el que Kelvin terminaba sacándose el pene y sacudiéndoselo hasta hallar por fin el aroma de queso que lo perseguía como si fuera su sombra.
Me encuentro con Kelvin en una pequeña habitación que tienen preparada para las visitas. Lleva una camisa de fuerza. Le digo que soy el periodista que estaba interesado en conocerlo. Desde 1985 nadie ha escrito nada sobre él y parece haberse perdido en el océano de casos extraordinarios del día a día.
¿Por qué me interesó su caso? Por doña Felipa. Ella es una vecina que siempre que iba a la tienda me veía tomando cerveza y siempre hablando de masturbación. No solo con mis amigos. Con mi novia e incluso con el sacerdote de la iglesia, siempre estaba hablando de masturbación. Pues ha sido un tema que me ha interesado siempre. Un día Felipa me dijo:
– oiga, usted no se cansa de hablar de masturbación?
Yo le dije, sí.
Y por qué sigue hablando de masturbación?
Pues porque descanso y sigo.
Roger, el tipo que me fía la cerveza soltó una carcajada y me invitó una cerveza.
Entonces doña Felipa me dijo: le voy a contar una historia de masturbación para que aprenda. Y me contó sobre el hijo de su amiga Marta, que se llamaba Kelvin. Ese señor no paraba de masturbarse como usted no para de hablar de masturbarse. Me pasó la nota sobre la mano onanista. Y le dije que quería saber más sobre su vida. Me dijo que lo mejor para ese caso sería ir a la tienda de Marta y preguntarle directamente.
EL BARBUCHAS DE MARTA
Los cerros imaginarios de Pto. Rondón. Media Crónica de Umberto Amaya
PUERTO RONDÓN:
Es tan llanero Puerto Rondón, que en el parque principal hicieron un arrume de tierra para que la gente tuviera noción de lo que es un cerro; también construyeron un faro con escaleras amplias y desde allá arriba la gente mira el pueblo, el río y la llanura infinita como si estuvieran encaramados en una colina.
Se llamaba “El PADRE” porque corre una brisa permanente, pero los que precisan de sangre humana para sobresalir por cultos y patrioteros, le cambiaron ese bonito nombre y le pusieron el de un lancero negro que trajo Bolívar para matar indios chibchas en Boyacá y, dato curioso, es en Boyacá donde más se le rinde culto a Bolívar. Aun así, en el parque de El Padre, colocaron una estatua del coronel Rondón, el pelo ensortijado y el caballo, con una pata levantada lo que indica que el personaje fue herido en batalla y a consecuencia de esa herida murió. En efecto, Juan José Rondón, hijo de esclavos libertos, en la batalla de Naguanagua (Venezuela) sufrió una herida leve en un pie, se le infectó y de eso murió. La estatua tenía una espada en la mano, pero un fanático de la historia la quebró, argumentando que Rondón no era de espada, sino de lanza.
A Puerto Rondón, en una bonita idea le construyeron un paseo perimetral que bordea el río Casanare, le pusieron monumentos inspirados en el llano: una canoa, una tinaja, y un grupo de aves que a diario se ven en la sabana, le hicieron una ciclo ruta y uno quiere estar todo el día, recibiendo la brisa llanera o metido en el río, que en la época del verano lo más profundo llega apenas al pecho y tiene en la mitad un hermosa isla con su playa de arenas finas.
Tengo toda la intención de regresar y escuchar a sus personajes floridos como el hombre del libro enorme y doña Angelina Franco, que tiene su casa en el barranco del río Casanare, dándole la bienvenida y la despedida a todos los que viajan; entregándoles el cariño y la sinceridad de su corazón llanero. Y es tan bonita su relación con los demás, que todos los que pasan por su casa, de puro cariño también, le arriman un racimo de plátano, un queso o una gallina.
Iré a Puerto Rondón a escuchar a su gente, porque a mirar ya lo hice, y porque una crónica sin el componente humano solo es media crónica
UMBERTO AMAYA LUZARDO
2021
Debut y despedida. El primer y único concierto de una banda punk

Los espejos asesinos
Juan Gabriel es el Maradona de los maricas, dice. A unos dos o tres metros de él y de mí, Juan Gabriel flota en la pantalla de la rockola: disgrega su voz en la oscuridad del escenario, vestido de azul, como un abogado que, en los ochenta, defendió a una recién divorciada cuando el divorcio conservaba su misterio.
Al final de la canción, Luis se incorpora, introduce otra moneda en la ranura y canturrea que amaneció completico: una completud que se columpia en los estragos de las noches mal trajinadas, el insomnio, el deseo de soñar y el espanto de cada sueño.
Cada tanto entran jovencitos con chaquetas de cuero. Se parecen, en su vestimenta, al gordo que gerencia una librería autodenominada independiente y que queda a un par de cuadras. Compran dulces, o algo para distraer el hambre antes de entrar al Bbar, donde esta noche hay un concierto de bandas de punk.
En la promoción del evento se ha explicitado su insustancialidad y la perspectiva de un comienzo sincronizado con el final: debut y despedida. El Punk es olvidable, las emanaciones de sus guitarras son ventosidades en los transportes públicos: agrias y pasajeras.
Luis, después de quedar completico, pregunta por la hora. Son las diez y es tiempo de entrar a Bbar. Mientras nos paramos, me confiesa que está nervioso. Nunca antes me lo dijo, ni siquiera en las presentaciones de nuestros libros, en algún cafetín-librería del centro de Bogotá, donde se sentaron lectores que jamás leyeron algo escrito por nosotros y nos increparon por los títulos de lo recién publicado: los hermanos lectores creyentes en el divino talento.
El talento sólo existe cuando se enferma y hay que extirparlo, como el apéndice.