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Reseña: Gigamesh 39 Especial Philip K. Dick / Luis Antonio Bolaños de la Cruz

Protegiendo mi colección en papel revisé las estanterías y encontré algunos libros perforados por el comején, no de manera irreparable, pero uno de ellos me atrajo de inmediato, era la revista del título, la había marcado con resaltador lo cual significaba: “elegible para relectura” (en que siglo no se sabe pero comprobarán por las siguientes líneas que ocurrió).

Era un Especial Philip K. Dick, motivo de atracción, siempre es estimulante sumergirse en su sombreado océano de imágenes (no le crean a los agoreros que afirman que contactarlo es deprimente). Para quienes gustamos de su prosa este volumen es un regalo demasiado valioso para perdérselo.

El “editorial” de Juanma Santiago diríamos que funge como excelente apertura si la revista fuera un juego de ajedrez. Posee: la sinceridad coherente para atrapar en vuelo la libélula del cambio sin quebrar las alas ni aplastar el protórax a los conatos de imaginación y el talento para comunicarlo sin aspavientos.

Habitualmente la página de actualidades es la única obsoleta… y sólo han  transcurrido algo más de un par de lustros, que tal acelere que ha pegado la historia y los MMI

“Tomate Errante”: Michael Bishop

Inicio jocoso, irreverente y hasta surrealista, era inevitable vincularlo con los films dedicados a Tomates Asesinos, y es que deben coexistir la profundidad epistemológica y la dulzura de morar un cuerpo para plasmarse atrevidos un requerimiento biológico y un concepto filosófico. Homo sapiens y solanácea comparten 76% del ADN así que uno se pregunta porque no un “tomateDick” (por manipulación genética u otro método es probable) colosal girando en torno a una estrella gigante roja, ya soñado solo le falta dar el salto de lo onírico a lo presencial. No existe algo que permanezca igual a uno mismo, habría que preguntarle-recordarle al hinchado y redondeado Dick del cuento, a su ego o a lo que sea que se expande en la órbita de la gigante roja, oscilando entre su degustación por el ser amado y el masoquismo de ser devorado, extremos que podrían devenir en una orgía perpetua o en una cristología para una crisis ontológica con inculpaciones eróticas y zalamerías tanáticas. Eso sí, con los datos históricos precisos para enlazar con lo culto más sin el detalle exquisito que lo convertiría en pretencioso.

De forma sutil enfrenta especulares al conocimiento y al amor, la muerte sería no amar no conocer, por lo cual numerosas carcasas nutridas por el odio y la incultura estarían bajo los efectos de esa especularidad, serían como no-muertos asomados a un espejo que no los refleja. Bishop con los “mirmidópteros” raya la cúspide de la cúpula de la creatividad y establece criterios biológicos que rozan la boutade pero se mantienen en la ruta de la comprensión lectora. Me imagino a tomateDick bamboleante, tratando de fingirse erguido, recortado por la luz escarlata de la estrella.

Enmarcado en si mismo, tratando de mirar pero con la mirada obturada y vibrante ante si mismo por el deseo, Dick parece encontrarse en el borde vivo de la explicación constante y ser su límite y así mismo su conciencia. Es el momento de que se lo zampen a mordiscones y adquiera la capacidad del Wub de convertirlos en él al ser digerido (La escena donde los envíos de su yo nutriente en módulos refrigerados llegan a la Tierra me recordó el enorme cadáver de Dios en “Towing Jehova” cuyas nalgas putrefactas son mordisqueadas por los tiburones). Al ser devorado la transustanciación se convierte en el acto creador por excelencia, el que come se transforma tanto como el devorado.

Art by Barclay Shaw for Time Out of Joint, 1984

Las disquisiciones que de ese acto se desprenden se sintetizan en breves ráfagas de palabras de intensa significación de una capacidad singular para atrapar y vincular: el infundíbulo cronosinclástico es una referencia a Vonnegut, la puerta estelar que lleva  a otra realidad está calcada de CJ Cherryh, el pozo subjetivo conectado a un diminuto black hole viene de la saga de los Cheela, el espacio Warp es de Star Trek (los cuatro en un solo párrafo).

Bishop nos ofrece goce intelectual, broma culta, análisis penetrante de ciertas constantes dickianas mediente un semirelato que remeda las discuisiciones filofóficas, o todo a la vez; me decanto por lo último  y un ¡¡hurrah!! apoteósico a Michael por atreverse a ofrecer este metarelato y alcanzar su objetivo: Que queramos un poco más a PK Dick.

Philip K. Dick y el transrealismo: Vivir lo que se escribe (Damien Broderick)

Aunque resulta un texto riquísimo, enérgico y agudo, su definición de transrealismo es floja y no acuña particularidades que iluminen, se parece en exceso a demasiadas otras formas literarias para aceptarla como válida; para que nos sirviera de propulsor para romper inercias  o vibrar con otros ritmos debería proporcionarlas. La propia formulación que Damien toma de George Turner sobre la “ficción imaginativa” es semejante al llamado metodológico de Bertold Brechr de “pescar la insólito bajo lo cotidiano” que de por si ya cae de lleno en lo burlesco y por lo tanto tampoco despega, los ejemplos que despliega nos conectan con señalizaciones efectuadas por gente como Poe con su “mirar con los ojos entornados” y es que en cuanto uno intenta asir lo que es específico de la CF de PK Dick siento que lo descubierto se desvanece (situación descrita por Marshall Berman en otro marco teórico en “Todo lo sólido se desvanece en el aire”) es como seguir la pista de un punto determinado de un fractal saltando de escala en escala.

El ensayo se torna fascinante en cuanto abandona los pujos de la originalidad a medida que se va abriendo a dimensiones poco exploradas (meditación en espacios multidimensionales de Hilbert) y a que se introduce en estructuras de significado que no por reiterantes poseen menos representación (James Graham visitándose a si mismo en “Crash” o saber que el personaje inquietante que observa ha soñado a quien lo ha soñado a él).

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“EL AMOR LOCO” DE REBETEZ, UN RELATO Y UNA SALVACIÓN DE LA RUTINA

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René Rebetez

“EL AMOR LOCO”, UN RELATO Y UNA SALVACIÓN DE LA RUTINA

Por: Sharon Alejandra Mariño Alfonso

El propósito de este escrito consiste en analizar las categorías expuestas en el cuento “El amor loco” del autor colombiano René Rebetez en torno a las distinciones que establece entre lo humano y lo artificial. Para abordar los principales planteamientos del escritor indagaremos por los aspectos estructurales y temáticos de su obra,  con el fin de identificar aquellos interrogantes propios del género de la ciencia ficción que, más allá de problematizar las condiciones de Tiempo y Espacio, buscan acercar experiencias que cada vez parecen más cercanas.

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“El amor loco” es uno de los cuentos que componen la colección Ellos lo llaman amanecer y otros relatos (1996), en él su narrador autodiegético se nos presenta como un escritor encargado de enviar mensajes al pasado mediante un dictado, que bien podrían compararse con las notas de voz que se graban para que después de un tiempo considerable reanuden el trabajo, o para que dejen algún punto claro en medio de la confusión. La diferencia es que Klunk se comunica con un pasado de más de mil años de distancia con el objetivo de estudiar lo que él denomina “la peste sentimental”, producida entre 1930 y 1960. El trabajo de este personaje consiste en aproximarse al tipo de manifestaciones afectivas que tuvieron lugar en estos años, y de los que concluye que “nunca el amor ha sido tan equívoco y la función sexual tan interferida por los sentimientos como en aquella época” (p. 108).

Aunque el mecanismo a través del cual se realiza el puente entre una y otra época no se establece más que por el uso de electrodos y cables que conectan el personaje a una gran computadora, las escasas referencias a esta manera de desplazarse y la facilidad con que se realiza dan cuenta de lo sencillo que resulta asociar esa clase de dispositivos (máquinas, motores, controles, etc.) con una tecnología capaz de comunicar una generación que habitaba la tierra con otra que seguramente merodea en el espacio, recordemos que ya para ese entonces los viajes en el tiempo eran uno de los temas más frecuentes en la ciencia ficción. Suponemos así que no fue por desconocimiento, que Rebetez pasó por alto la minuciosa explicación de este mecanismo, sino que su interés no radicaba tanto en abordar los aspectos técnicos del viaje en el Tiempo, como en la intención de explorar los límites entre lo humano y lo artificial.

Sabemos que la función de Klunk no sólo se reduce a la contemplación de una época lejana, ya que su deseo por redimir algunos errores de su propia vida constituye el principal motivo de su búsqueda en el pasado, lo que nos permite reconocer que dada la cantidad de años que han transcurrido desde sus recuerdos más remotos, hasta el momento presente en el que se dedica a escribir, el protagonista es más próximo a lo que podríamos identificar a un ciborg que a un humano. No obstante, las constantes referencias a los miembros de su cuerpo, (como su epidermis, manos, codos y hasta genitales), desmienten cualquier intento por asociar a Klunk con un organismo cibernético. Pero nos equivocamos si consideramos que la anatomía es lo que diferencia a un hombre de un robot, o que lo característico de un robot es su cableado eléctrico.

Dina, quien supervisaba los dictados que hacía Klunk, era una científica que trabajaba en el laboratorio de cibernética adjunto a la facultad de medicina y con quien el narrador sostuvo una larga relación. Su trabajo consistía en estudiar las múltiples posibilidades del cambio de órganos humanos por sucedáneos cibernéticos, ofreciéndose ella misma como donante para las pruebas hasta que cada uno de sus órganos fuesen reemplazados:

“toda ella, aunque idéntica a la Dina original, era ahora un engendro de metales y de plástico. Su apariencia no había cambiado y su salud era inmejorable: estaba destinada a una relativa inmortalidad” (p.117).

En ¿Qué es la ciencia ficción? (1977), Yuli Kagarlitski dedica un capítulo para rastrear algunas de las obras del género que más han profundizado en los cambios físicos a los que el ser humano se ha sometido con el fin de perfeccionar su cuerpo. Cita un artículo de H. G. Wells publicado en 1914 en donde el autor británico admite que difícilmente podría ocultar un horror indescriptible frente a un “caballero preparado” al que se le ha extraído casi todo el contenido del abdomen y realizado una serie de modificaciones, aun sabiendo que esto ha incrementado su capacidad intelectual y emocional. (1977; p. 215). En el caso de Dina vemos que la sustitución de sus órganos por dispositivos mecánicos no sólo la hacen más hábil, sino que demuestra que a diferencia de Klunk, las emociones no ocupan un lugar relevante ni constitutivo en ese modelo de “ser humano”.

Este intercambio entre lo que podríamos considerar característico de cada especie (la humana y la mecánica), nos permite identificar en el relato de Rebetez que el límite que separa nuestra percepción de lo humano y lo artificial cada vez se hace más difuso. Si bien la legitimidad de las emociones son incluso discutibles en el ser humano, resultan ser más nobles en un robot, que reconoce su incapacidad de ser un hombre y menos reprochables en un humano, que se oculta entre cables y partes cibernéticas.

BIBLIOGRAFÍA

Rebetez, R. (1996). Ellos lo llaman amanecer y otros relatos. Bogotá: Tercer mundo editores.

Kagarlitski, Y. (1977). ¿Qué es la ciencia ficción? Barcelona: Ediciones Guadarrama.

 

Cuando Chespirito fue un robot enamorado

Chifladitos

Con la muerte de Roberto Gómez Bolaños aparecen las voces de quienes lo desdeñan remitiéndose, con exclusividad, a «El chavo del ocho» y a las relaciones laborales que el humorista sotuvo con sus compañeros de estudio. Cuando pasen los días, «Los chifladitos» habrán de crecer y se apreciarán esas preguntas que flotan en la calma tensa de la locura como es la del amor existente entre seres no humanos o en la naturaleza del oficio de dentista-chismoso/ chismoso-dentista. Ojalá esté descansando en paz el señor Gómez y que los robots dadores de azúcar y enamoramientos engalanen su presunción del paraíso:

 

Kubrick y Aldiss, un desencuentro en la ciencia ficción

Teddy, el osito androide de Kubrick

La historia está llena de amistades que se forjan a partir de intereses comunes y que luego, debido a las personalidades o circunstancias, derivan en rupturas amargas. Una relación de esta naturaleza es la que inspiró la película «Un método peligroso» de David Cronenberg, basada en el encuentro entre Sigmund Freud y Carl Jung. También la ciencia ficción ha conocido estas relaciones, que empiezan como un genuino interés por el otro y terminan en lamentables  desencuentros. Este fue el caso del escritor de ciencia ficción Brian Aldiss y el director de cine Stanley Kubrick, a quien Aldiss alguna vez calificó como «el más grande cineasta de ciencia ficción de nuestra era». 

El encuentro se produce a mediados de los 70 cuando Kubrick llama a Aldiss interesado por su trabajo, pero también deseando volver a rodar algo del género de ciencia ficción después de Barry Lydon. Se conocen, comparten ideas,  pasiones y finalmente encuentran un objetivo en el que los dos puedan sacar lo máximo de su genio: sería la adaptación a cine de un cuento corto de Aldiss llamado: «los superjuguetes duran todo el verano»

Kubrick compra los derechos del cuento y emprenden una adaptación que nunca llegaría a suceder: Inteligencia Artificial, cinta que terminó por dirigirla Steven Spielberg y estrenarla al público en el simbólico año de 2001.

Compartimos íntegramente la versión de la historia de Aldiss, escrita en el prólogo del libro: «Los superjuguetes duran todo el verano y otras historias del futuro».  Una versión distinta, y con mayor distancia, se puede encontrar en el texto de otro escritor británico de ciencia ficción, Ian Watson (a quien casualmente Aldiss odiaba), a quien Kubrick quiso encomendar la tarea de la adaptación del cuento al encontrarse frustrado por los pocos avances logrados con Aldiss: El fontanero de Kubrick.

Este es un texto del que ningún aficionado a la ciencia ficción, ni al cine,  debería prescindir (pues está lleno de comentarios sobre el género, el cine, el método de Kubrick, la inteligencia artificial, la naturaleza del genio, la independencia, los androides y una probable anticipación de la caída del muro).

INTENTAR COMPLACER

Por Brian Aldiss

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Rosa Montero, la ciencia ficción y la memoria

En la siguiente entrevista para Página 2,  Rosa Montero habla respecto su última novela «Lágrimas en la lluvia».  A partir de esta obra la escritora española reflexiona sobre la ciencia ficción, los androides, la muerte y la memoria.

El llanto de la pequeña maravilla

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Los robots no lloran cuando se activan sus sistemas o muere su constructor o se quedan solos, encerrados en un armario, mientras sus dueños van a hacer compras navideñas. Los robots no lloran ni mueren. Tampoco envejecen. El crecimiento fue uno de los desafíos de los creadores de la serie «Small wonder o «La pequeña maravilla» o «Supervicky»; a medida que pasaba cada una de las cuatro temporadas, la niña robot se convertía en una adolescente. Todo comenzó a solucionarse con el llanto. Solo llora el que nace, crece, se reproduce y muere. Con las lágrimas de Vicky, ella se acercaba  a un humano, a convertirse en la hermana de Jamie y a constituirse en un prospecto de mujer de clase media estadounidense.

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El hacedor de androides

Hiroishi Ishiguro es el director del Intelligent Robotics Laboratory de la Universidad de Osaka. Su trabajo con androides ha sido reconocido a nivel mundial, gracias al hiperrealismo de sus invenciones. Su último trabajo esta siendo utilizado por una cadena de almacenes de Tokyo; colocan a una androide en sus vitrinas y así promocionan sus productos para San Valentín.

El año pasado una androide de la cosecha  de Ishiguro(Geminoid F) fue actriz de «Sayonara», una obra de teatro que se llevó a cabo en Tokyo; el papel que interpretó el aparato fue el de una androide que cuida a una mujer que padece de una enfermedad terminal (Bryerly Isabel Long).

El trabajo de Ishiguro abre nuevas perspectivas, no solo para las artes escénicas en las que los seres que visualizó Artaud son posibles con esta tecnología, sino para distintos lenguajes; las modelos de revistas que presumen erotismo e irreverencia,serán máquinas con partes más redondas que las de cualquier mujer por más operada que  esté. Las películas pornográficas no necesitarán más de hembras aulladoras y de  machos con portentosos penes. Ishiguro y su laboratoio han abierto un camino cuyos paisajes aún son insospechados.

Oprime acá y verás un vídeo de Gemoid F, la actriz.