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El manuscrito ensopado, por Dixon Acosta Medellín

Compartimos un relato ficticio sobre una anécdota real cuando la novela más importante del premio Nobel colombiano, si le creemos a Dixon Acosta Medellín, estuvo a punto de «perderse como lágrimas en la lluvia».

EL MANUSCRITO ENSOPADO. 
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Era una noche de domingo, típica por cierto, con ese melancólico ambiente perceptible en el aire caliente. Un clima de felicidad interrumpida por la certeza de la proximidad de la mañana del lunes y las responsabilidades inherentes. El invitado de los Alcoriza, leía la última línea de la historia, que había mantenido en vilo durante meses al matrimonio hispano-austriaco residenciado en Cuernavaca, “las estirpes condenadas no tenían una segunda oportunidad sobre la tierra”.

El silencio fue impresionante, interrumpido sólo por las luciérnagas que morían achicharradas por su propia incandescencia de cuando en cuando. Mercedes no pudo evitar lanzar una mirada temblorosa a su marido. Acaso, ¿sería mala la novela? Pero todo cambió cuando Luis Alcoriza, en uno de sus arrebatos tradicionales, celebró con una palabrota  acompañada de un puñetazo sobre la mesa de madera, luego corrió a abrazar a su amigo para congratularlo. El escritor sólo pudo agradecer y reiterar una dedicatoria sobre el manuscrito.

–Ni en cien años, me desprendería de semejante tesoro –dijo Luis emocionado.

–Ni en cien años de soledad –agregó su esposa Janet, quien ya corría presta por cuatro cervezas para celebrar. La atmósfera de repente era liviana, como un jueves en la tarde.

La última frase quedó resonando como martilleo en la cabeza del escritor. En medio de la euforia no perdió tiempo y la anotó en medio de las palabras finales de su proyecto de libro.

Días más tarde, Esperanza Araiza, mejor conocida como Pera, quien oficiaba de copista mecanógrafa del novel escritor colombiano, leía entre las sacudidas del autobús el mismo fragmento y quedó con esa expresión infantil de júbilo detenido. Pera había decidido colaborar con el desconocido novelista, no tanto por el salario, que era más bien escaso, sino porque reconocía en aquel hombre joven con voz de viejo y acento Caribe, un talento desmesurado, una prosa que hacía mucho tiempo no le despertaba tantas emociones juntas y que difícilmente algún otro escriba podría repetir.

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