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11 posibles escenarios de fin de mundo, expuestos a una adolescente que teme las abejas

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Caminaba con mi amiga de 13 años y vimos una abeja. Ella se asustó, naturalmente, y le recalqué la importancia de las abejas para el mundo. ¡Si las abejas mueren se extingue todo; pero si se extingue el hombre, el mundo haría una fiesta! Entonces me preguntó si la humanidad podía extinguirse y le enumeré once razones posibles para la extinción humana, o en el mejor de los casos, su diezmado.

1- Riesgo nuclear. Una posible guerra entre potencias en las que se utilicen armas atómicas, puede diezmar la población. También accidentes nucleares en plantas, como Chernobyl o Fukushima.

2- Escasez de agua: Esto puede provocar guerras, desigualdad, hambrunas, condenar a poblaciones enteras. Y, en caso extremo, acabar el planeta.

3- Calentamiento Global: Excesivas olas de calor o frío, la reducción de los océanos puede llevar a superficie reservas enteras de metano del fondo y esto puede envenenar el aire. Ciudades costeras pueden desaparecer con el descongelamiento de los polos.

4- Catástrofes naturales: derrumbes, volcanes, terremotos y tsunamis pueden destruir continentes enteros.

5- Catástrofes cósmicas. Una explosión de una pequeña estrella cercana al sol puede arrojar suficientes rayos gamma o beta o que pueden provocar serios fallos eléctricos y llevarnos a una involución tecnológica en la que solo los menos dependientes de la electricidad podrían sobrevivir.

6- Estupidez humana: una fuente infinita para crear problemas. Dada la creciente tendencia de elegir a los más idiotas a nivel político, una gran posibilidad para la extinción de la Tierra se debe a la estupidez humana.

7- Extinción de abejas: al ser responsables de la polinización de las plantas, su extinción supone la desaparición de gran parte del reino vegetal, y con ello, los animales y los humanos estamos en riesgo.

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Zumbidos. Por Nelson Barón

Por Nelson Barón

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Como en broma, había regresado a ese trabajo de fotocopiador en la embajada de Cabo Verde en Colombia, una oficina diplomática de una nación que nadie en mi país siquiera sabía que existía. Esa mañana un punto borroso, negro y ligeramente movedizo se avistaba desde lo profundo de las últimos y deshabitados cerros orientales, pero estaba tan lejos que no le di mayor importancia; quizá el servicio meteorológico se pronunciaría sobre aquel fenómeno.

Antes de ingresar a la oficina me fui a almorzar solo, como me gustaba estar. Fui a un restaurante modesto al que había regresado después de diecisiete años, en donde un mesero me atendía con el máximo decoro como si yo fuera un hombre noble e importante en un almorzadero de pobres. Recordé que era el mismo mesero que me había traído muchas veces el mismo plato en aquella época, lucía más envejecido y portaba una cicatriz que le cubría la frente y le bajaba por la mejilla izquierda. El no me identificó.

Se levantó de la mesa vecina un señor de pelo corto, peinado de medio lado, de flaca contextura, con una corbata y traje gris con rayas café. Al observarlo con mucho detenimiento, recordé que era un compañero de bachillerato; aunque me reconoció, sospeché que no sabía nada de mí ni de lo que había sido de mi vida, aunque yo sí había tenido noticias de la desafortunadamente célebre carrera de abogado que el sujeto había adelantado y de los múltiples fraudes, estafas y estupros que había realizado.

En cambio yo tenía un trabajo que no resultaba importante ni imprescindible, cosa que me hacía feliz. Pese a que consideraba que tenía un buen contrato (ganaba poco pero trabajaba aún menos) no me había asomado por la oficina.

—Gusto en saludarlo, Mejas… ¡vea pues!… ¡Después de tanto tiempo! —dijo aquel mamarracho.

—No le extiendo las manos, pues, cómo verá, mantengo las salpulladuras de siempre.

Sentí su mirada de desprecio.

— ¿Qué es de su vida? —dijo.

— Nada nuevo, en una y otra cosa . ¿Y usted?

— Nada no muy diferente; siempre en la misma cosa (dije riendo y me imaginé a mi interlocutor en uno y otro robo, en uno y otro fraude, en uno y otro negocio metiendo gente inocente a la cárcel, pactando con sus amigos políticos, enemigos todos entre sí, dando clases en aulas ordinarias sobre temas tan infames y ordinarios como sus fechorías).

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