Episodios cotidianos. Por Francesco Vitola

Killami o Bellaquería

La malograda sociedad barranquillera es cómica, su rigidez obtusa, esa incapacidad para la neuroplasticidad, resulta ridícula. Pretenden ser como Miami, pero sólo adoptan los rasgos estrambóticos de la narco-cultura: edificios altos, vehículos de alta gama, mujeres operadas, panzones ricachones lavadores de dólares. Para todo lo demás siguen teniendo una mentalidad pueblerina, con prejuicios que les impiden superar la mezquindad, porque Killami —o Bellaquería—, ahí donde la ven, con su mascarada de jovialidad carnavalera, es una ciudad desalmada y cruel, donde tradiciones se heredan como enfermedades congénitas: se oye la misma música en todas las celebraciones, el pensamiento está uniformado, los dogmas de fe nunca se ponen en duda, la gente parece igual de analfabeta que cuatro generaciones atrás.

Pero Killami —o Bellaquería— es una mascarada bien montada, una farsa transgeneracional. En horario de oficina se vende como el colmo de la corrección moral, todos uniformados como infantes ejemplares de colegio católico, bien peinados, perfumados, y con la camisa por dentro del pantalón, a 35 grados centígrados a la sombra. Compensan su inmadurez como pueden, ellas se trepan en zapatos de tacón para ir a la oficina, y ellos, con el tufo a homofobia que les intoxica el alma, sacan pecho y aparentan ser más fuertes de lo que son en realidad, una pose de machos alfa que contrasta con las uñas esmaltadas. De 8:00 a 17:00 van uniformados, sin marcas distintivas, en un esfuerzo por disimular o reprimir la pulsión destructora que los carcome, Thanatos, el deseo de aniquilar a lo que amenaza sus inseguridades; son clones de la violencia colombiana, gente con distintas tonalidades de piel que vieron un horizonte prometedor en Killami —o Bellaquería—. Pero al caer la noche, y durante los fines de semana, estos oficinistas comedidos y temerosos de Dios, dan rienda suelta a sus impulsos hedonistas que los impulsa a excesos de todo tipo.

Daría risa si no fuera tan trágica la realidad de Killami —o Bellaquería—. Mujeres que no saben estar solas, o desesperadas por encontrar el amor, terminan criando hijos nacidos de padres distintos con un rasgo común, inmadurez emocional, la base del machismo. La norma en Killami —o Bellaquería— es que las criaturas queden a cargo de las abuelas ignorantes y supersticiosas, y así los menores crecen habituados a las fantasías sobrenaturales de las ayas, al afecto esquivo de las madres y los padres, y a la única certeza que ofrece el trópico: vociferantes compañeros de parranda —también hijos de padres y madres ausentes— que se consuelan bebiendo y presumiendo de sus conquistas extramaritales. Es el círculo vicioso de la «bacanería» tradicional en Killami —o Bellaquería—. Y puede que sea un estilo de vida, que aunque chabacán, ramplón, ruidoso, no deja de resultar atractivo, porque no hay mejor forma de llenar el vacío existencial que entregándose a los placeres y la violencia. Es el camino de menos resistencia, en todo caso, y por evitar la molestia de cuestionarse —a sí mismos, a las tradiciones— terminan embrollados en una vida abrumadora, porque «siempre ha sido así». Es lo que aquí llaman «valeverguismo», todo les da igual, con tal que les proporcione algún beneficio o placer. Viven «sin mente». Y no esperaríamos menos de los habitantes de Killami —o Bellaquería—, que en el fondo es una ciudad de oportunistas, más que de oportunidades. En este caserío de insolidarios y antipáticos —pero madrugadores— ni Dios ha podido ayudarles a quitarse las mañas bellacas, por eso, aún teniéndolo todo se comportan como si no tuvieran nada.

Se ha insensibilizado tanto la sociedad barranquillera, que ser gentil es visto como una oportunidad para la estafa, a pesar de ello, aún es posible encontrar gente amable y bondadosa, que sus espontáneos buenos modales y sus sonrisas sin asomo de maldad, te hacen sentir que aún hay esperanzas, que aún no ha ganado la ignorancia, la intolerancia, el odio y la brutalidad. Existen, pero se ven obligados a vivir a la defensiva, atentos al oportunista-depredador de turno, como método para sobrevivir a la vorágine que es Killami —o Bellaquería—.

 

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