Episodios cotidianos. Por Francesco Vitola

El altar sacrificial de Killami

 

 

En Barranquilla existe un centro comercial al que los jóvenes van a sacrificarse, la edificación es un monumento a la opulencia del norte de Barranquilla o «Killami», ese territorio fantástico donde «la gente es pobre porque quiere». El simbolismo es evidente, sacrificios ritualizados dentro de un templo erigido al dios Dinero, donde se ofrecen todas las soluciones de la vida, si tienes plata. A finales del 2023 saltó al vacío el quinto muchacho, pocos días después llegó el dictamen, las «investigaciones» concluyeron que se debió a la inestabilidad emocional de la víctima. De nuevo nada sobre el trasfondo. Ni una palabra sobre la contradicción entre la supuesta calidad de vida que ofrece Barranquilla y la realidad que experimentan los jóvenes: oprimidos por el fanatismo y la intolerancia, sometidos a una educación represiva, que les anula como seres sensibles y pensantes, que los violenta física y emocionalmente. La sociedad les falla, incluso después de saltar desde los balcones de la opulencia.

Pero, ¿qué implica crecer en Colombia? Madrugar durante 11 años para entrar a clases antes de 7. Memorizar y obedecer a la figura de autoridad de la escuela, la mayoría asumirá  pasivamente ese modelo durante el resto de su vida. Graduarse de bachiller,  encomendarse a una divinidad y apegarse a la máxima de «el que peca y reza empata». Luego, dejarse raptar para «prestar» el servicio militar obligatorio, exponiéndose a las redes de prostitución de la «Comunidad del Anillo». Si sobreviven a la guerra —y a las vejaciones de sus superiores— pasan a buscarse un trabajo que pague las cuotas de las tarjetas de crédito y así poder aparentar un nivel de vida de otra forma insostenible. Finalmente, para evitar rumiar sobre su esclavitud con horario de oficina, dedicarán el poco tiempo libre a crearse un melodrama: casarse con alguien pasivo y conformista, o con un fanático ruin que convierta sus existencia en una miserable tragedia griega. Firmada la sentencia vitalicia, recurren a infidelidades y otros comportamientos adictivos, bajo el supuesto de recuperar algo de pasión por la vida se inclinan hacia comportamientos autodestructivos. El resultado, una multiplicación de huérfanos sin futuro, carne fresca para el círculo vicioso de la deshumanizada realidad Colombia. Y si en algún momento llegas a rebelarte, si te rehusas a seguir obedientemente el mismo camino, o si eres un objetor de conciencia: humillaciones, bolillo o bala. Al cabo de 30 años aquellos jóvenes idealistas quedan convertidos en ilusos: codiciosos, pero muertos por dentro. Promiscuos e  insensibles al amor. Obsesionados con un estatus ilusorio.

Pero los jóvenes no desean resignarse a un vida deshumanizada, a ser unos muertos en vida. Es indigno e injusto ofrecerles una «vida» sin opciones, condenarlos a ser individuos grises o sirvientes. No se están generando las condiciones para que los jóvenes desarrollen todo su potencial, Barranquilla es hostil hacia la juventud, en esta ciudad que vive de apariencia, la aridez es absoluta, sus complejas inquietudes no se resuelven con canchas deportivas y parques infantiles. La sociedad civil, no sólo el Estado, debería tenerlo claro: los jóvenes necesitan poder sembrar las semillas de sus proyectos personales, o seguirán perdiendo la motivación de vivir. ¿Qué expectativas pueden tener los jóvenes sin voz, sin libertad, sin oportunidades, sin amor, sin respeto, sin futuro? Luego se preguntan por qué algunos prefieren saltar al vacío.

Seguramente esto carecerá de importancia para los dueños del centro comercial convertido en altar sacrificial de Killami, su preocupación ha de ser perder clientes y ahorrarse unos pesos. Desde su punto de vista lo principal es desalentar a los jóvenes con ideas suicidas, por eso removieron las bancas junto a los balcones y ahora solo es posible sentarse en la zona de comidas, por eso duplicaron la altura de los cristales detrás de las barandas, por lo mismo ahora el sitio parece una jaula en la que se han instalado redes y barricadas para atrapar a los trapecistas aburridos de andar por la cuerda floja de la vida cotidiana. El objetivo es capturarlos, entregarlos a la autoridad experta en «paloterapia», y así enfatizar lo mucho que les importan estos jóvenes defraudados por un sociedad hipócrita, que promete riquezas y entrega migajas. ¿Nadie les sugirió crear una fundación para la ayuda psicológica de los jóvenes con ideas suicidas?, así podrían seguir presumiendo de su gran compromiso con la vida y la prosperidad, además de ahorrarse una buena tajada en el pago de impuestos. En cambio han decidido que tras cada sacrificio se oficiará una misa en memoria de los difuntos —es más barato y da la impresión que se hizo algo por los dolientes—. ¿Pretenden que esas plegarias remuevan las huellas del estrés postraumático del personal de seguridad del centro comercial, esos que repetidamente han visto a jóvenes desesperados estrellados contra la dura realidad? ¿Les ofrecieron terapia, días libres, o simplemente les dijeron: «hagan de tripas corazón y vengan mañana a las 7»?

En esta sociedad de bravucones que ladran y no dicen nada, que ríen a carcajadas para humillar a otros, pero incapaces de autocrítica, se ha impuesto la idea errónea de evitar dialogar y mostrarse vulnerable, llegando incluso a ridiculizar los buenos modales, la bondad, la gentileza y la generosidad. Es ridícula y perniciosa esa falsa rudeza de carácter que enmascara inseguridades, a diario jóvenes perfectamente sanos deben soportar el escarnio, la humillación, dejándoles dos salidas: pelear o correr. Lamentablemente muchos no tienen la opción de huir, están encadenados a unas condiciones económicas que los subyuga y los obliga a seguir sometidos a tradiciones que los anula. Y ni siquiera después de sacrificarse, los adultos logran asimilar la desesperación de estos jóvenes sin voz, encadenados a una ciudad que los arrincona, que los empuja al vacío de una vida sinsentido. Ningún joven sano aceptará vivir así, por eso defienden a muerte su libertad.

¿Desean saber cómo es la cotidianidad de un joven colombiano? Pregúnteles cómo los tratan, si validan su opinión, sus esfuerzos, sus cualidades humanas. Pregúnteles cuando fue la última vez que alguien los escuchó con atención, les dirigió una palabra dulce, la última vez que alguien fue bondadoso o generoso con ellos. Entonces entenderán su desesperación.

 

 

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