Episodios cotidianos. Por Francesco Vitola

Tarados histéricos

11 de diciembre, Barranquilla, Colombia. Desde el extremo norte de Sudamérica sigo el acto de instauración del nuevo presidente Argentino, reaccionarios de todo el mundo se han reunido a celebrar el triunfo de un tipejo desgreñado llamado Javier Milei. La ultraderecha internacional congregada para pactar la repartición del botín, el festín de la «casta» carroñera, en vivo y en directo. Aquella orgía de obtusos encorbatados contaba con la participación de sádicos violentos, depredadores de recursos naturales, negacionistas del calentamiento global y de los derechos humanos, enemigos de la vida y las libertades individuales, todos ellos histéricos y arbitrarios. Un nauseabundo espectáculo de homofóbicos recalcitrantes que se abrazaban cariñosamente mientras se sostenían la mirada.

En el atril, con la banda celeste cruzada en el pecho, el histérico de hace unas semanas lucía apocado, pálido, manso, incluso parecía haber sido trasquilado contra su voluntad, revelando una incipiente calvicie. El pueblo argentino no saldrá de la crisis, reveló su discurso inaugural, al final el ajuste no será para las élites, que seguirán sin pagar impuestos por sus grandes fortunas. Entre sus palabras, una extraña confesión, casi una promesa: la pobreza y la indigencia aumentarán. Lo dijo de pasada, sin emoción, bajando el tono de voz, pero fue quizás lo único cierto en su despliegue de demagogia. También confirmó el despido de funcionarios, a raíz de la eliminación de ministerios, según él innecesarios, como el que vela por el respeto de los derechos humano, lo que en Latinoamérica significa: leyes mordaza, espionaje a gran escala contra opositores, represión sangrienta en las calles, desapariciones forzadas, y sobre todo, impunidad judicial para los opresores. A continuación prometió eliminar todos los beneficios sociales ofrecidos por el Estado, la salud dejará de ser gratuita, y la educación se privatizará para poder reescribir la historia. En su discurso, el «no hay plata» se usó como un mantra con el que pretenderá justificar el autoritarismo que está por venir.

¿Cómo fue posible que los votantes se tragaran el cuento de la «motosierra para la casta»? No estamos ante el triunfo de la democracia, sino ante la mayor goleada sufrida por Argentina. Autogoleada, para más pesadumbre. Siendo un pueblo versado en fútbol sorprende que no hayan visto esa finta tan telegrafiada, quizás no creyeron que uno de los suyos fuese capaz de traicionarles —como si los neoliberales tuvieran otra patria que los paraísos fiscales—.

Ahora, siendo justos, el problema real no son los líderes descabellados,  cínicos oportunistas por excelencia. El verdadero problema es la velocidad con que se multiplican los votantes incapaces de autocontrol o autocrítica, que en su lógica disparatada, arrastran taras —supersticiones, miedos, complejos—que les obligan a someterse al opresor que les ahorre el esfuerzo de pensar, basta con que les prometan poder seguir siendo obtusos, intolerantes y violentos.  Por eso me pregunto si el auge de los reaccionarios no será más bien un síntoma del deterioro de la salud mental del hemisferio occidental, ¿estamos ante un caso clínico a gran escala, una histeria global, que como un virus volátil —gracias a las redes sociales y a la idiotez masificada— se ha propagado entre los grupos de población más propensos al fanatismo, a la falta de empatía, a la irracionalidad y el estancamiento intelectual? Este virus, esta histeria entre tarados, encuentra terreno fértil entre los obtusos que se niegan a evolucionar al ritmo de una sociedad cambiante. Entonces, si el problema es de inmadurez intelectual, de incapacidad crítica, de pereza mental, los negacionistas que encumbran histéricos intolerantes seguirán sin aprender nada, y Occidente continuará irremediablemente en su deriva hacia el despeñadero del fascismo.

Los antídotos: educación, empatía, solidaridad. Y manifestar la inconformidad en las calles. El absolutismo no debe sentirse cómodo con la victoria.

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