Diario del tour de Francia sin estar en Francia ni con los ganadores. Día 19
- Jonas Rickaert: el último de la etapa
- Michael Mørkøv: el último de la clasificación general
El paraíso adjudicado a la infancia se ancla en su recuerdo. Vivir siempre infante es otra variable del infierno; así como lo es la dicha, el arrobamiento -que ni siquiera es constante en los místicos porque para serlo se precisa de momentos más vulgares- o la presencia de un interminable tour de Francia -claro, a la escala de los espectáculos de este siglo-.
Proliferan las miradas melancólicas de los más jóvenes porque advierten el final de la que muchos consideran fue la mejor Gran Vuelta de los últimos años. Afortunadamente este tour, los enamoramientos y la vida terminan: la única forma del paraíso es su evocación. La constante presencia de duelos irrepetibles -en ese oxímoron está el secreto del consumo de espectáculos deportivos- tiene su culmen en el fútbol profesional; cada seis meses hay una gran final donde se dirimirá quién será el mejor jugador de todos los tiempos en, por lo menos, doce semanas…y es probable que los cacareados duelos entre dos «titanes» haya llegado a nutrir a las «épicas» narraciones ciclísticas.
El tour tiene que terminar para que lo evoquen y transformen en el mejor de este siglo. Claro, también termina porque para algunos tampoco ha sido un idilio, ni siquiera un infierno sino una simple temporada laboral en la que deben cumplir con lo establecido en sus contratos -el infierno también debe tener un final, si no se torna en cotidianidad, medianía y carencia del sentido de lo extraordinario ínsito en cualquier desgracia-. Al lado de las grandes escapadas y de esa forma de clásica que tuvo la etapa de hoy, está la de quienes desde hace un tiempo pedalean porque para eso les pagan.
Entre esos segundos se asoman personas como Fedorov, que ya ni siquiera será el último y creo que toda la atención que he concentrado en él se basa en l lo exótico que me resulta que un kazajo soporte las olas de calor francesas para prodigarse un buen dinero y continuar en el oficio que aparentemente tanto le gusta.
En la etapa de hoy, como muchos han advertido, se dirimió al ganador entre las dos nacionalidades que más se han mentado en esta temporada del tour de Francia: Eslovena y Danesa. Hoy ganó el de Europa del este y el que ayer ganó tuvo que quedarse en un milimétrico segundo lugar. El último de la clasificación general sigue siendo Morkov y el que cerró la llegada de los ciclistas fue el belga Jonas Rickaert.
Junto con el gozo de la etapa ycon destino al gusto de quienes se nutren de la nostalgia, anunciaron que uno de los protagonistas del documental de Netflix sobre el tour -para lo que ahora parece que se organiza toda esta competencia- serán Pogacar y su equipo: se explotará la ilusión de la caída y la «humanidad» del gran campeón que fue considerado de otro planeta (¿en otros planetas les interesa el ciclismo humano? ¿por qué les interesaría más el que se compite en Francia que el de Guatemala o Ruanda?). Ahí estará el insumo predilecto de los jóvenes nostálgicos que, en sus saudades, semejarán a los autodenominados poetas que les triplican la edad y aún narran las carreras.