Diario del tour de Francia sin estar en Francia ni con los ganadores. Día 6

Los últimos no lo son porque es lo mejor que pueden hacer. En las pruebas ciclistas por etapas, en virtud de la proliferación de competencias que hay en su interior, el ultimo en un aspecto concreto puede no serlo en otro. Por eso está la llamada clasificación general, semejante a la absoluta. Pero ni siquiera en ella aparece la imagen del último por incapacidad: Fedorov, que corre por el equipo Astana, ocupa la última casilla porque tiene que ayudar a Mark Cavendish, el líder de su equipo y el hombre que busca romper el número de victorias de Merckx. Si en los días que regresen los finales en embalaje gana Cavendish, se rompe un récord histórico y, pese al trabajo de Fedorov, nadie lo recordará como uno de los que lucharon por ese registro.

Fedorov no es desinteresado. Puede estimularse con un premio económico, en caso de que su líder gane una etapa, o porque, como han hecho tantos buenos hombres que han sostenido a los más oscuros regímenes: cumple con su trabajo y nada más le importa. Cuando lo veo así, percibo un dejo de inocencia en mis intentos por seguir a los que presumo que son los peores: puede que ni ellos mismos se sientan tal, puede que nadie en una competencia se sienta el peor y que todos queden contentos consigo mismos, como en el final de una historia con moraleja. En suma: buscar al peor es tan ilusorio como maravillarse con el peor. Fedorov cumple con su trabajo, como Vingegaard o Pogacar o Van Aert.

Hoy ganó el esloveno, aquél con cientos de seguidores su riesgo y carisma -así repiten: carisma, con la obsecuencia que se le debe rendir a un rey-. Ayer, luego de haber perdido tiempo, parecía que el tour iba a ser el inicio de una sucesión de pequeños abonos al triunfo de su rival danés -ahora que estoy entrado en años, veo en ellos dos a unos muchachos que juegan, aunque ninguno de los dos lo hacen por diversión; ejecutan negocios que ni siquiera, en un golpe de suerte, tendré la oportunidad de practicar; por simple regla del mundo actual, no tengo talento para algo que reporte el ingreso de dinero-. Se han sacudido los comentaristas, apelando a un «argumento» o «trama» o «guion»; el tour ha cumplido con la expectativa de los giros que nos enseñó Hollywood; solo lo sorprendente, lo que entretiene, tiene un valor y es susceptible de algún emprendimiento. Lo aburrido, donde nada ocurre, es malo y merece el olvido, la queja, el temido malestar.

Alguno de esos dos muchachos, salvo que ocurra una peste -aunque en Francia al Covid ni se lo nombra pese a que en Italia, hace menos de dos meses, sacó al que supuestamente iba a ganar por aplastamiento- o ambos se caigan o haya una avanzada bélica que no respete la tregua de la «hermandad deportiva»- ganará el tour; habrá más vueltas de tuerca y todo el mundo quedará feliz. Agradeceremos lo inesperado, que es lo único que se espera en un espectáculo al que se asiste por el suspenso y para responder una pregunta que parece obligación: ¿quién va a ganar?

Al otro extremo de ese interrogante, atado con la misma cuerda, surge otro: ¿quién será el último? En este mundo, solo hay ganadores y segundos y terceros. Nadie pierde porque cada quien cumple con su trabajo, incluso quienes se ufanan de no trabajar por ver el tour a escondidas del jefe. Es un mundo nuevo, bravo e impredecible que nos hace felices.

Fedorov es el último, a una hora y cincuenta y ocho minutos de Vingegaard, pero no se siente perdedor hasta que Cavendish siga en el tour -¿qué pasará si el británico se retira sin haber ganado?- . Hoy Devenyns llegó a más de treinta y siete minutos  de Pogacar.

Alguien me dijo que los que llegaban de último eran unos fracasados y sólo unos pocos eran capaces de ver la belleza en el fracaso. En estos tiempos no hay lugar para la hermosura de los fracasados. Todos hacemos nuestro trabajo.

 

 

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