Los poetas son humanos que cagan y la cagan. Por Zeuxis Vargas

La primera vez que fui invitado a un encuentro literario de esos que se hacen en provincia y que son muchas veces patrocinados por empresas privadas, alcaldías, abogados, el amigo, la madre y hasta por la rifa que hizo el organizador, sentí que había sido elegido para estar entre los mismos dioses. Lo digo así porque cuando iba a los recitales de poesía, aquellos poetas que tanto admiraba, me parecían seres traídos de otro mundo. Su porte, su marcialidad detrás de la mesa desde donde leían los poemas que amaba, dotaban con más ilusión esas creencias de aquellos sueños por pertenecer a una élite a la que sólo podía ambicionar sin esperanza. Así que entenderán ustedes mi felicidad, mi orgullo y mi ansiedad. Una semana antes de viajar hacia el Encuentro, sufrí una crisis nerviosa; me la pasaba tachando en el calendario los días, las noches, las horas, temblaba , sudaba, seleccionaba poemas, ropa, ensayaba gestos ante el espejo, todo, con tal de conseguir una buena impresión cuando estuviera compartiendo con aquellos que eran mi santoral.
La vaina fue que nada resultó como imaginaba, y como el amor, me fui de jeta contra el mundo cuando pude confirmar que aquella nube sobre la que flotaba estaba hecha de humo y espejismos. Que totazo tan berraco, por un lado, estaban los poetas «gente de bien», o sea, aquellos hijueputas xenofóbicos que sentían que su estatus económico y su clase social les daba para mirar al resto del mundo por sobre el hombro y para ser tan hipócritas como para besar en ambas mejillas aquí y allí a sus ingenuos admiradores. Esa gentuza son lo peor, por lo regular son como el Monstruo de chapinero, acosan, violan, manosean y rompen todas las leyes y reglas sociales de manera espectacular, o sea, son como los políticos de alta alcurnia, que matan y en lugar de ir a la cárcel los premian con embajadas. Sí, estos poetas fuman marihuana, meten coca, van a putiaderos o consiguen prepagos, y cómo no, rajan de todo el mundo y consiguen ocultar todas su perversidades de una manera tan cínica que uno se queda pensando: ¿de verdad, estos maricas son los poetas? Y sí, son los poetas, tienen un cuadro hediondo al estilo Dorian Gray, guardado por ahí, el resto son cocteles y palmaditas en la espalda para enredar premios y becas.
Al otro lado, un poquito a la izquierda, están los pretenciosos, una clase de poetas venida a menos y que causa nauseas y lástima, se la pasan haciendo favores, sirviendo de monaguillos, asistiendo de manera finisecular a cualquier acto donde puedan vanagloriarse con las sobras, eso sí, hay que tener cuidado con estos porque son peligrosos, se encargan, ellos, de crear rumores, chismes y de arbitrar las listas y las invitaciones. Se visten presumiendo al buen estilo de los estafadores y los tinterillos y se ufanan de ser amigos de tal o cual pendejo. A veces, intentan ser honestos consigo mismos y hasta declaran la imparcialidad y hablan de la justicia y la moral. ¡Pero qué va! Apenas llega uno u otro de sus duques y de una cambian la cerveza con la excusa de ir al baño, se empolvan y vuelven con una mirada de reojo, y un gesto de no te metas que me dañas el caminado.
Al fondo están los borrachos , los drogos, los crudos, los importaculistas, esos que dándoselas de insurrectos, no llegan ni a «crianças da rua» y que se la pasan amontonando puntos para catapultar la buena vida de la gente de bien: esos que son los poetas laureados.
O sea, hay una pirámide social en la poesía. A veces uno piensa que es aceptado, porque, ¡Uf!, la niña poeta premiada te besa y te pellizca el culo, y otras porque el vejete más odiado y admirado te elogia uno que otro verso mientras le sirve otra copa a la chica que pensabas estaba enamorada de ti.
Así son las cosas y mientras más vas asistiendo a estos eventos de pacotilla, que son necesarios para que tu nombre suene aquí o allá, para que también difamen de ti, porque más vale que hablen mal o bien de ti a que nunca hablen, te vas derrumbando por dentro hasta darte cuenta que te han utilizado igual o peor que a una langosta. Te hierven, en agua bien caliente y te tragan enterito.
Yo sé que todo esto suena a exageración, pero así es. Hay putas, putos, maricas, drogos, locos y monstruos. Lo peor no es que los haya, lo peor es cómo se tratan y cómo todos se tiran contra todos.
Al tercer encuentro que asistí, y que fue en una de esas ciudades de la costa, ya me las sabía casi todas. En la noche, dos niñas me contaron severos chismes de figuras poéticas, desde intento de violación para arriba, y yo me decía, y bueno a esta nena qué le pasa, por qué no va y lo jode como me jodieron a mí por estar borracho y decir de más, y entonces escuchaba: es que él es una vaca sagrada, júrame que no le vas a decir nunca a nadie lo que te acabo de contar. Jueputa, casi la viola en el despacho de la biblioteca donde el tal fulano era director y me pide que me calle la muy pendeja. Ok. Allá ella y su masoquismo. A la siguiente noche, otros dos poetas hicieron el espectáculo y fue entonces cuando el director del evento dijo. Ya saben, lo que pasa en Las vegas se queda en las Vegas.
A la siguiente, hubo puños, botellas rotas y hasta a una abuelita la cascaron, uno casi se va de sobredosis y a otro le llegaron dos tipos alegando que el tal poeta era un plagiador de lo más descarado. Vaya uno a saber si tales acusaciones tenían fundamento, pero que el tal poeta era una gotera y un avaro, de eso sí no hay duda.
Pero no les he contado lo peor, al quinto encuentro, yo mismo había caído en la paila, ahora era yo quien organizaba aquí y allá eventos por toda la ciudad y el país y quien más la cagaba por todas partes. Poco a poco me fui quedando sin amigos poetas. Claro, yo no era confiable, podía ridiculizar la imagen de cualquiera en cualquier momento y lo mejor era andar con cuidado con alguien como yo que no sabía tener la jeta callada.
Tras muchas decepciones, y ver que la mierda y el vómito de tantos poetas eran igual o peor que la de cualquier cristiano, cogí mis maletas y me vine para el monte a echar bota y machete. Sí, por un lado fue por la Pandemia, pero, por el otro, muchos saben que llevaba mucho tiempo diciendo que quería irme a vivir al campo porque de lo contrario iba a hacer un evento donde iba a invitar a todos los poetas y cuando los tuviera a todos adentro les iba a explotar una bomba para acabar así con tanta mierda. Esas cosas se dicen en borracheras, y una pelada de bien que lo escucha a uno se alarma y entonces dice que uno también es un monstruo y que está loco. La cuestión, es que ya casi no hablo con los poetas, a lo mucho con unos pocos, un saludo, una corta conversación grata y que nos acerca, prefiero sus obras, sus poemas, al fin y al cabo ellos son, como yo, un tubo largo por donde entra mierda y sale mierda.
Tengo grandes amigos y he promocionado la poesía con un furor de orate terrible. Todo gratis, sí, gratis, apenas mendigando ayudas y apoyos. Hace poco un amigo me escribía por el whatsaap: «No entiendo por qué regalas tu trabajo… Especialmente porque es bueno. La verdad nunca he entendido tu modelo». Yo creo que tras leer esto, mi amigo puede tener una respuesta. Decidí estar fuera del sistema.
Ser poeta, escribir, es una necesidad para mí como lo es respirar o cagar. Así que para qué me voy a meter en ese mierdero de reinados de poetastros, cuando puedo vivir tranquilo y seguir compartiendo la poesía de la forma más honesta y bonita, sin sentirme otro, comprado, sucio o hipócrita.
Ya supe que los poetas son humanos, cagan y la cagan y eso basta para que lo verdaderamente importante sea su poesía: Aquello que los atraviesa y a lo único que no pueden ser ciegos y mentirosos.
Tierradentro, Cauca