Diario del coronavirus desde el conurbano sur de Buenos Aires #3. Por Leandro Alva

Ayer y hoy estuvo lloviendo bastante. Ojalá que la lluvia sirva para limpiar algo. En un diario leo que en Venecia, ante la ausencia de seres humanos, aparecieron cisnes y peces en los canales. No va a sonar simpático, lo sé, pero presenciar eso debe ser hermoso. Y uno tiende a pensar que tal vez la huelga momentánea de la mano del hombre “reparará” un poco la naturaleza. Es la única idea positiva que se me ocurre ahora.

No puedo ver películas. No me puedo concentrar demasiado en las imágenes. Sí estuve leyendo bastante: El petiso orejudo, de María Moreno; El presidente, de César Aira; cuentos de Ray Bradbury, Daniel Moyano y Mario Levrero; poesía de Luis Chaves; crónicas de Clarice Lispector, además de picotear incesantemente algunos libros sobre historia del tango. Por cierto, me vino una gana ubérrima de releer La peste, de Camus, luego de que el pelotudo de Vargas Llosa dijera que es un libro mediocre. El problema es que no encuentro el ansiado volumen. Era una edición lastimosa de Bruguera, y creo que debe estar en el caos de mi tapera vip. No me llevo bien con los pdfs, así que procuraré buscarlo con más ahínco.

Hoy no asomé la nariz a la calle. Solo jugué con mi perro y estuve viendo algo de tele. Para olvidarme un rato de la pestífera situación busqué un canal de deportes en el que estaban repasando los mejores goles de no sé qué temporada del fútbol alemán. Venía todo bien hasta que al final del programa los idiotas de los panelistas (algunos periodistas, algunos ex jugadores) se desafiaron a ver quién hacía más jueguito con un rollo de papel higiénico. Sin comentarios. Apagué la tele.

Anoche me costó mucho dormir. Leí un libro entero y otro lo dejé por la mitad cuando fui abatido por el cansancio, pasadas largamente las seis de la mañana. Así que hoy me tiré un rato a la siesta. Y tuve un sueño raro, incómodo. Resulta que me invitaban a cantar unos tangos con la orquesta de Don Osvaldo Pugliese (!) y segundos antes de salir a escena me olvidaba de todas las letras que tenía que cantar. Por suerte me desperté al grito de mis sobrinos. Entraron a mi habitación con barbijos puestos y se me tiraron encima. Yo estaba medio dormido y casi muero del susto. De todas maneras, siempre es una alegría verlos, mucho más después de haber fracasado como cantor.

Según parece, mañana será anunciada una cuarentena absoluta porque la cosa pinta cada vez más fulera. Hay casi cien casos oficializados y se confirmó la tercera muerte hace minutos. Lo peor es que todavía hay gente a la que no le cae la ficha y anda pelotudeando con la firme creencia de una falsa inmunidad de connotaciones egoístas, perversas. Y también hay un hijo de puta que “trabaja” de pastor evangélico que anda vendiendo “alcohol en gel bendecido” a mil pesos cada recipiente. Amén.  

Mucho más allá del tiempo que va a llevar el desarrollo de una cura para el Covid 19, creo que HOY la solidaridad es el elemento fundamental. Y el individualismo feroz de algunos los impele a creer que esto es un jueguito con rollos de papel higiénico, un cuentito sin moraleja. Espero que todavía estemos a tiempo. Sé que nunca voy cantar con Pugliese, pero me gustaría vivir unos años más. A mí y a muchísima gente. Y viajar a Venecia, escuchando esa canción de Charles Aznavour que tanto le gusta a mi madre. Sin olvidarme la letra, claro.  

Leandro Alva, Temperley, 18 de marzo de 2020.

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