LAS VALIENTES TAMBIÉN ME GUSTAN — Umberto Amaya L.

LAS VALIENTES TAMBIEN ME GUSTAN 

Umberto Amaya Luzardo

Vamos entonces, tú y yo,
Cuando el atardecer se extiende contra el cielo.
 
Thomas S. Eliot

 

 

 

Arauca, octubre 16  con calor de medio día.

Carajita: Deja que te llame carajita para que así, con un poco de intimidad pueda contarte mejor las cosas. Contarte por ejemplo que el lunes al caer la tarde te vi por primera vez, y  el miércoles en la mañana se formó el mierdero. Ese lunes lo tengo claro,  pasaste  rozando  el puesto de las empanadas pequeñitas que venden  a solo trescientos pesos. Yo  estaba ahí parado mirándote  y en la alegría de ver una catira bonita, te sonreí y tú, con una sencillez  que casi me congela, me devolviste en lazo abierto  tu sonrisa.

–Prueba  una, yo invito– te dije, y me respondiste que no. Pero insistí pidiendo que por favor  la aceptaras para no sentirme despreciado –Si quieres mejor llévate diez, que yo con gusto las pago. –Llévaselas a los presos, que ahí no más queda la cárcel– te dije,  casi que con  autoridad. ¿Te acuerdas?

–El miércoles entendí por qué te gustó la idea y por qué me aceptaste las  empanadas que te dieron en una bolsa de papel con la parte de abajo transparente  de manteca. Te las entregaron, sacaste una y  la mordiste comprobando que son pequeñitas pero deliciosas. Unos  segundos  no más te vi a los ojos y quedé  sorprendido, porque las catiras de estos lados son marmoleñas y de ojos  claros y otras más escasas todavía,  tienen ojos de candela en marzo, pero los tuyos son diferentes, tienen  un verde intenso color retoño.

Te vi las tetas mal escondidas en la camisa y se convirtieron  en un imán para mis ojos; tú lo notaste y poniendo el semáforo en verde, me dijiste con picardía de cómplice: -las tengo un poco grandes, pero con una plata que voy a recibir les voy a disminuir una talla. Lo dijiste por mamar gallo y mamando gallo te respondí: –No, yo te pago la operación, pero no para que te las disminuyan sino para que te las agranden,  que a mí no me gusta acariciar sino amasar con furia- te dije, feliz de encontrar una mujer como tú, sin escrúpulos de monja ni vergüenza genital, pero  sentí en tus palabras la necesidad que tiene  todo recién llegado de poder comentar con alguien afín sus emociones, y vi también en el fondo de tu alma  el vaso de angustia que debías beber. Quiero decir con esto, lo que el olfato me dijo, que no habías llegado al pueblo a turis-vagabundear  sino que en algún cruce serio te movías. Por eso, no te pregunté el número  telefónico, además, no cargabas celular, yo me di cuenta. Te pedí el correo y en un pedacito de la bolsa que no estaba enmantecado lo apuntaste y  todo sucedió como en esos amores ridículos, en que los acercamientos jamás pasan de besito en la mejilla,  y es verdad, entre nosotros no ha pasado nada todavía, pero en el pueblo sí, en  el pueblo se formó el mierdero y fuiste tú la protagonista.

Antes que todo eso sucediera yo tenía ya tu dirección  electrónica, que escribir por  internet es mi fiebre, porque en la escritura tiene uno  la intimidad y el encanto de rumiar las palabras, en cambio con el teléfono debes ser  más repentista y estás siempre peleando con los minutos y cuando no estás acostumbrado te atoras,  y como en el amor, hasta las palabras se acaban. Pero mi vicio es intercambiar mensajes largos con mis amigas cibernautas y las que por pereza empiezan mandando frases de Pablo Cohelo, o  grupos de oración en cadena, les doy el preaviso y si insisten en sus pendejadas y en su  contaminación visual, les cierro los vidrios. Y en esta vida  de peregrino que me ha tocado, cuando paso por los pueblos busco las peladas que se escriben conmigo y les hago la visita.

Por eso en este primer mensaje, te pido que  me digas en que pueblo vives para que cuando pase por allá, almorcemos juntos, y si por el mierdero que formaste estás escondida, a caballo vamos p´al monte, que yo soy de allá, y por allá te llego, con mi cuatro sonoro de cálida polirritmia, quizás desnudo o cubierto de  harapos; pero un favor te pido muchachita: “Alista las alpargatas porque lo que te llega es joropo”.

Al finalizar la carta,  cuando presione la tecla  “enviar” me daré cuenta  si la dirección que me diste es verdadera, o si lo hiciste simplemente por seguir la mamadera de gallo: lacatiratira@hotmail.com ja, já,  Todo es  posible y ya quisieran los policías, los presos y muchos otros tener  tu e-mail.

Las palabras tienen el sabor de la tierra que las produce y como en la llanura  solo crece lo que comúnmente nace en todas partes: la hierba, hoy, nueve  días después de nuestro  encuentro, con voz de sabana y con sabor a pajonal,  tendré que empezar esta carta como la empezaría cualquier llanero: Con un saludo por delante.

El miércoles en la media mañana que estaba en mi oficio de –no hacé ná– como dice la canción, escuché unos tiros sueltos, tiros regados les decimos nosotros porque los disparos están  distanciados en el tiempo, pero cuando llegó lo  grueso de la plomacera, que yo me asomé, vi  a mis vecinos  metiendo y sacando la cabeza por la ventana,  que parecían gusanos entre una guayaba, todos mirando al occidente,  en dirección  de la cárcel. Sonaron las sirenas de las radio patrullas y en cada uno de nosotros empezó el trabajo de sacar conclusiones, lo primero que todos pensamos fue: “Se putió de nuevo el pueblito”.

Todo lo que pasó lo sabes mejor que yo, que  lo escuché en la versión  de un niño que estaba ayudándole a su papá a limpiar un solar, que lo oyó en su casa en boca de una vecina, que se lo contó la novia de un policía, que lo escuchó en el velorio del guardián. Y  también lo sé por la versión de la doña que le plancha la ropa a un doctor y lo que  contó también la mujer de un preso, y lo que escuchó  la muchacha que trabaja de mesera en un restaurante, y las muchachitas que venden gelatina de pata de res, lo que salió  por televisión,  lo que dijo el cerdo vomitivo por el micrófono, lo que contaron  después de lavar los baños las aseadoras de la gobernación y la alcaldía, la versión de las cocineras que trabajan en las casas de los duros y los comentarios  de los ordeñadores, de los jugadores  de billar  y de los compradores de chance y lotería. Lo tuyo fue el plato fuerte en la mesa de todos los hogares, como si todos a un mismo tiempo se hubieran leído un  libro extraordinario y emocionados,  lo estuvieran comentando.

Porque del presidente pa´abajo, todo el mundo dijo que esa vaina estaba amarrada y más si había pasado aquí  en Arauca donde somos los más buenas sogas. Y es verdad, somos  tan buenas sogas que no quedaron  registros  de nada,   habían quitado las cámaras de seguridad de la cárcel para hacerles mantenimiento. Y  cómo no va a ser verdad lo que dice el presidente, si  aquí amarramos contratos y  reinados,   amarramos la poesía  en rima  y  en glosa para ayudar a los amigos que están jodidos  y desde los hijos del presidente  pa´bajo, todos somos buena soga;  pero yo digo que tú, eres la mejor de todos,  porque lo tuyo fue de un solo lazo.

Y en la voz del pueblo supe,  que con una pistola en cada mano te metiste a la cárcel y con mucha maña Juanita alimaña, encañonaste a los guardias y con la mano izquierda hiciste cuatro disparos.  Los dos primeros  se los pegaste en el pecho a uno de los guardianes,  disparaste de nuevo y le diste  a otro guardián en el oído,  y el cuarto tiro le tocó  al  perro  que tienen  en la cárcel para oler a las personas y a los paquetes que entran. El perro se puso de gruñón y tú con tu brujería lo mandaste a la tumba fría. Con la mano derecha tenías amenazados a  los otros seis guardianes y sacaste a Pablito Arauca, el jefe militar de los Elenos (“un elemento tan peligroso como el Mono Jojoy” –dijo el ministro de la defensa el día de su captura). Sacaste a Pablito que estaba esposado, lo encaramaste en una moto y sales como el viento en tu disparada, y aunque muchos vieron nadie ha visto nada y la libertad fue su camino, no sin antes invitar a  que se escapara también a un guajibo compañero  de prisión: –no, yo no me voy porque me sale más largo el canazo –dijo Pedrito Navaja y agregó – yo ya casi cumplo la condena. Y mientras tú salías  con el prófugo, dos compañeros que venían en bicicleta te cubrían la retirada, uno disparando a la puerta de la cárcel y el otro disparando a la torre. Pasó una camioneta y  con la tranquilidad del mundo subieron las bicicletas, se encaramaron ellos, y arrancaron rumbo a  Matecandela, la guajibera  que queda allá arriba en la orilla del río, zumbando hacia arriba manotadas de billetes de veinte mil que parecían  enjambres  de mariposas azules con su vuelo impreciso  hacia ninguna parte, demorando así su caída al pavimento, y la gente en la necesidad del  billete, y maravillados en la emoción de la plata fácil, se tiraban  a la calle a recogerlos como  si fuera  maná que caía del cielo, obstaculizando con sus cuerpos la persecución de la policía.

-Locutor loco, una vez más por tu emisora dedícales a los presos la canción de Fruko y sus tesos: Oye Manyoma,  te  hablo desde la prisión, para mí no existe el cielo, ni luna ni estrella-. Que cuando  un canero se da el ancho, en la cárcel hay formación, relación y Pesadilla con Tambor: Chacón, Cerón, Rendón, Leguizamón, Angulo, Romúlo cuartel del culo. Pero también, si alguien que ha perdido toda esperanza y en acto maravilloso se convierte en papillón,  hay emoción y admiración, porque si te desanimas cuando estás en aprietos no es mucha la fuerza que tienes y porque el guardián muerto es el riesgo que se corre al escoger ese oficio como su profesión. Tú también corriste riesgos, ahí nadie estaba jugando, cada quién estaba haciendo su trabajo, ellos, cuidando al man y tú, rescatándolo. “Nunca seas policía, son presos de una profesión sin humor, ternura, ni gracia, mejor sé marinero, que es oficio de libertarios” decía la abuela.

Pero tú lo mataste, y lo mataste sin tenerle rabia y en los barrios periféricos la gente te defendía, alegando que Bolívar mató muchísimos más por todos los caminos  que van de Venezuela a Bolivia y sin embargo el parque  de todo pueblo se llama Simón Bolívar y en el parque principal de todo pueblo hay una estatua de Bolívar que insultando a las leyes de la escultura está el caballo parado en dos patas como cuando el héroe que representa es herido y muerto en la batalla y lo montan fundido en bronce “para que idolatréis el becerro de bronce”, el caballo levantando una pata como cuando el personaje en cuestión es herido en combate y a consecuencia de esa herida muere después; y otros más hijueputas todavía, esculpen a Bolívar desnudo encima de un caballo que va volando sin tener alas.

Por la manera de hacerle fuerza a los presos ya te habrás dado cuenta que yo también fui bodeguero, lo que no me avergüenza porque en la cárcel aprendí a tocar cuatro y adquirí un vicio peor que el de meterme a internet: la lectura. Y mientras los otros presos levantaban pesas o jugaban ajedrez, yo leía las biografías de los artistas; pero no la de los artistas de cine sino de los otros, los pintores, los escultores, los escritores, los poetas, los músicos y la vida de los sabios, también a uno que otro humanista vivencial como Florence Nigthingale y Albert Schweitzer, llegando a la conclusión que todos por igual, comieron mierda. Todos menos Da Vinci el que pintó el cuadro de la Monalisa, un cuadro opaco y triste al que ni siquiera le puso amarillo que es el color de Dios,  que hizo el sol amarillo para que con su luz nos alumbrara. Un cuadro  que lo único que tiene de valioso es la placa de metal donde dice: Leonardo da Vinci 1452-1519, que si a cambio de eso, tuviera en la placa el nombre de cualquier pintor local, el cuadro no valdría treinta mil pesos. Y como le faltó comer mierda, Da Vinci nunca consideró a Miguel Ángel artista porque hacía su trabajo con un martillo y un cincel -herramientas de obrero- decía, y a pesar de eso las esculturas de Miguel Ángel, siendo hechas en mármol blanco dan la impresión que las venas fueran azules y siente uno como si latiera la sangre dentro de ellas, porque utilizó como modelos a los trabajadores de las canteras, hombres fibrosos de tanto partir piedras con un mazo. Pero con todo  lo bueno y de haberle trabajado al papa y de haber pintado la capilla Sixtina y de ser amigo de los Médicis, no se salvó de llevar una existencia llena de deudas.

Por eso cuando entendí que ser artista equivale a comer mierda, trabajes mucho o trabajes poco, me dediqué a no hacer ná, a vivir con un libro frente a los ojos, y cuando se me acaba me meto a internet y frente a la pantalla duro horas interminables buscando datos en Google y comunicándome con mis amigas, como lo estoy haciendo en este momento contigo. No quiere decir esto, que coma  de balde, ni que viva pendiente de la mesa de los demás sino que entendí claramente que Dios no manda boca sin pan, y entonces con poco me basto y me basto con menos,  con un vaso de agua y  un pedazo de pan moreno. Y con apenas dos camisas y un solo pantalón, me abandoné  a la providencia y me convertí en  un desocupado más que vendió sus cadenas a los regaladores de sudores y tragadores de palabras.

La juma de ayer ya se me pasó y hoy nos importan un bledo los artistas arruinados y los escultores analfabetos que montan a Bolívar en un caballo que si les cortan tres patas quedan peleando con una (bien bueno fuera así, que la papa viniera pelada). Que en el tiempo de Bolívar el pueblo apoyaba la gesta libertadora y los ganaderos  lo respaldaban, y lo mismo pasó en los tiempos de Guadalupe Salcedo, que todos los llaneros simpatizábamos con la revolución, pero hoy la veo gris, el pueblo todo está en la juega  por el billete y tú también,  cosa que no te quita lo valiente,  y  por eso mi interés por ti, que  te ganaste mi aprecio, porque mujeres así de resueltas yo no había mirado.

De mujeres guapas solo sabemos de las doscientas que al mando de Barreiro fueron derrotadas en el puente de Boyacá cuando se enfrentaron al ejército libertador, que también venía vestido con ropas femeninas. Mujeres guapas, todas ellas indias chibchas, que pelearon no tanto para defender al rey porque nadie dependía del gobierno sino porque sus maridos estaban muertos o heridos. Eran guerras de travestis, igual que ahora, que vestimos nuestras  mujeres de soldados.

En la Revolución de los llanos, el ejército tenía rodeado  a Guadalupe Salcedo y una muchacha fue la única que se atrevió a darle el aviso; se metió una carta en el ruedo del camisón y cuando el ejército la sorprendió cruzando el puente de La Cabuya,  ella para salvarse, se tiró desde el puente al arroyo y le llevó la carta.

¿Te acuerdas de  Osana?  Osama no, ni Obama tampoco, te hablo de Osana,  la bella muchacha que ganó en Puerto Rico la corona de Miss Universo y que es una  mezcla de juventud,  política, belleza, leyes, represión y guerra. Veintidós años, novia de Vladimir Vladimirovich Putin presidente de Rusia, abogada, teniente de la policía, experta en artes marciales y cuyo deporte favorito es el tiro. Quiero recordarte con esto, que por aquí ya hay llaneras como Osana y como tú, que andan en cosas diferentes a barrer el patio, a amasar celulitis y a buscar la muchachita para completar la parejita.

Mi abuela por ejemplo, que cuando mataron al abuelo  en la batalla de Guasdualito, viuda aquí en Arauca, un tipo que cenó con caldo de pescado se fue a las dos de la mañana, tumbó la tranca y se le metió al cuarto a forzarla. Forzarla es la palabra llanera para  decir que se metió a violarla, entonces mi  abuela cogió una escopeta de dos cañones “una morocha” y le dijo: -Un paso más y le disparo.-Tranquila mi amor, deja la bulla, que es la pura puntica -le respondió el otro, dio el paso adelante desabotonándose la bragueta y mi abuela sin pensarlo mucho apretó el gatillo, sonó el disparo y del cuarto sacaron al tragador de pescado con una espina de plomo atravesada en el pecho. De eso se murió y para vergüenza de las rezanderas y risas de las muchachas, lo  velaron con la bragueta abierta. Por eso, el día que le preñaron una hija que no era mi mamá,  esperó cuatro meses, cogió de nuevo la morocha se fue a la casa del preñador y lo llevó encañonado hasta la iglesia para que respondiera por la muchacha y la barriga. Lo casó a las malas y de regalo de bodas les entregó la escopeta.

Puedo contarte también la historia de una amiga, muy  valiente la caraja,  que después de un año de estar encorvándome encima de ella, un día le mostré las fotos  que poco a poco había ido amontonando de Carlos El Chacal y le dije: Mira es igualito a ti, y me respondió con su sonrisa de Monna Lissa –“Sí, es que él, es mi hermano”.

Pero entre todas las  mujeres tú carajita, que a lo muy hembra, con chaleco antibalas, dos cananas cruzadas en el pecho como Pancho Villa y disparando con una pistola en cada mano, sacaste al carajo ese  de la cárcel. Tú, carajita, eres la heroína que rescató al Eleno de Troya, que no tenía esperanza de salvación ninguna porque estaba a menos de una semana su  extradición.

“Llamemos a Miguel Ángel que le haga una estatua a la catira frente a la cárcel, ella montada en una moto y el parrillero esposado atrás” -dijo la doña mientras planchaba. –“Que la haga y se la quedamos debiendo, hasta que la guerrilla derrote al gobierno” – Dijo el papá del niño que limpia solares. –“Tranquilos que eso ya casi va a pasar, ochocientos años duraron los españoles y los moros peleando y si no es porque descubren el Nuevo Mundo y se olvidan de lo demás, allá estarían agarrados todavía”-dijo un profesor marginal que le apasionaba la historia.

Carajita: Las palabras son el sexo del alma y llevan el sabor de la tierra que las produce,  y nosotros con la guerra de la independencia, las guerras civiles, la revolución de Guadalupe Salcedo, con cincuenta años de guerrilla y veinte de paramilitarismo, completamos un bicentenario de luchas sangrientas,   nuestras palabras saben por obligación a aguardiente, tabaco y pólvora.  Vivimos confundidos y no sabemos la diferencia  entre valiente y violento; pero si ya te operaron y en la recuperación  por no tener nada que hacer te ocupas de  esta carta, debes saber que si te las disminuyeron,  tendré que aprender a acariciar, porque las valientes también me gustan

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