La ciencia hecha por los negros: una relación del descubrimiento de un antídoto en la expedición botánica

En «The Lola Verga´s big band» reiteramos el patronato de José María Vergara y Vergara en las letras nacionales y su irradiación en nuestra escritura. Esto lo confirmamos en una de las malhadadas presentaciones del libro: una mujer nos recalcó el carácter falocéntrico de nuestro libelo – claro está, aún no lo había leído pero quien nos invitó a la charla ha degustado ponernos frente a un grupo de lectores de Vila-Matas o Aira, que aplican teorías de género y desconstrucciones del sujeto burgués a cualquier texto/discurso para así convertirnos en los primates objeto de risa, reprobación e, incluso, inconformidad-.

A pesar de la repetición obvia que reflota en el apellido de este padre de las letras de Colombia  (¿será una fatalidad del parnaso de la poesía y prosa del país?), recordamos a don José María porque, en su Historia sobre la literatura en la Nueva Granada, hay atrevimientos que llamarían la atención a doctondos versados en lecturas de Paul de Man o Mignolo: en su último capítulo, por ejemplo, se ocupa de transcribir cantares llaneros, coplas del altiplano cundiboyacense y canciones del pacífico.

Además, se atrevió a realizar una explicación que trascendiera la mera erección de héroes  de los movimientos independentistas; abordó las políticas educativas que se dictaban desde la corona, la influencia de la iglesia y los escritos hechos en los siglos anteriores a las refriegas que condujeron al final del imperio español y el nacimiento de las repúblicas sudamericanas. Tan categórico como sus apellidos,  es el análisis que hace del origen de la la familia Caro: se retrotrae a dinastías romanas de egregios poetas para explicar el talento que habitaba las plaquetas de esa estirpe, es uno de los monumentos más notables al lameculismo que ha campeado por estos lugares.

También citó un escrito de Francisco Javier Matiz, uno de los pintores de la expedición botánica. En el mismo se expone la manera en que se descubrió un antídoto para el veneno de las serpientes: un negro, de quien sólo se sabe el nombre (Pío), tuvo la claridad de encontrar indicios en la naturaleza.  Después, La Historia le adjudicó toda esta desaforada empresa a la perspectiva moderna que trajo Mutis, con lo que se ha obviado uno de los conflictos de los que se pueden valer futuros tesistas para continuar trabajando en investigaciones que problematicen las categorías hechas al otro lado del atlántico.

A continuación, el texto de Matiz:

En la ciudad de Mariquita, en el año 1788, se hizo el descubrimiento del guaco por Francisco Javier Matiz, por haber hallado al negro Pío, esclavo de don José armero, con una culebra viva en las manos, y haberle preguntado dónde la había cogido.

Dijo que a la venida de la hacienda de su amo.

-¿A que te adivino, le dije, las contras que usas?

-¿A que quizá, contestó, sabrá su merced?

Díjele que usaría del bejuco curare.

Contestó que sí.

-¿De la necha?- Que sí.

– ¿De la fruta del burro?- Que sí-

– ¿Y fuera de esas usarías otras?

A lo mejor me contestó: hace poco descubrí otra que me parece es mejor que las nombradas.

Y sacando del bolsillo una hoja, me la mostró, y refiriéndome cómo había sido el descubrimiento, dijo:

Que estando desherbando unas yucas en la hacienda de su amo, vino una águila que nombran guaco, y se paró en un árbol: que estuvo cantando guacó guacó…. Y qye luego se dejó caer entre el bosque; y oyéndole dar aletazos, le causó curiosidad de ir a ver qué eran dichos aletazos, y vio al águila en acción de coger la culebra, la cual se le prendió, y en el instante levantó el vuelo, y se fue. El negro la siguió para ver dónde iría a caer, y vio que a la ceja del bosque se sentó y vomió de las ojoas del bejuco guaco, y retrocedió en busca de la culebra, y la halló en el mismo sitio, y la cogió y se la llevó a comércela a  otra parte; que fue el negro y reconoció de las hojas que había comudo, y reflexionó: cuando este animal ha comido de este bejuco, buena contra será.

-Ya he aplicado, añadió, a seis el zumo puro bebido y frotado en las picadas, y ninguno ha muerto.

-Díjele: buen descubrimiento has hecho.

Cuminíquele al señor don Mutis dicha noticia, a lo que me preguntó:

¿Usted vio si esa culebra tenía colmillos?

-No, señor, pero era coral, y esas tienen colmillos.

Dijome: a otra que usted vea, haga que le muestre los colmillos.

Yo creí que pensaba el doctor Mutis que el negro les sacaba los colmillos, y después ya podía jugar con ellas. Pues si él pensó así, yo también.

Al cano de quince días apareció el negro con otra culebra taya.

Preguntéle dónde la había cogido.

-En la orilla de la quebrada tal.

Dígole: ¿y esa tendrá colmillos? – Sí, mi amo.

-¿Qué haremos para verle los colimillos?

La tomó con la mano izquierda por cerca de la cabeza, y con unas tijeritas cerradas que le metió entre la boca y las abrió, pude verle los colmillos.

Comuniquéle al doctor Mutis dicha observación, y me dijo:

-¿Usted vio los colmillos?-Sí, señor.

-¿Usted los vio?-Sí, señor.

Díjome: vaya usted y tráigame al negro. Fui en busca de él, y se lo traje.

Díjole el doctor Mutis: el señor Matiz me ha dicho que tú juegas con las culebras y que estás curado.

-Sí, mi amo.

-¿Te atreves a curar al señor Matiz?- Sí, mi amo.

– Yo te avisaré cuándo; no dejes de pasar acá siempre que vengas de la hacienda, y tráeme de cuantas cosas hallares por esos bosques, sean culebras, cucarrones y otros animalillos, que yo te regalaré.

Al otro día fui al campo y bosques, y traje tres matas chicas de guaco, y als sembré en la huerta.

Al cabo de cinco meses, algo más, aparecieron los señores doctor Ugalde, canónigo, el padre Alvarez, jesuita, y el doctor don Pedro Fermín de Vargas; y al tiempo de comer, el doctor Mutis les refirió la noticia del guaco, diciéndoles:

-Tengo una empresa entre manos, que si llego a verificar será cosa que asombre a todo el mundo.

-Díjole el doctor Vargas: señor, una cosa como esa no se debe dejar al tiempo, y sí se debe poner por obra.

Dijo el doctor Mutis: si quiere, mandaré donde don José Armero por el negro.

-Sí, señor, dijo el doctor Vargas.

Mandó el doctor Mutis recado a dicho señor Armero. Contestó no estar el negro en la ciudad; que al otro día vendía. En efecto, al otro día apareció como a las tres de la tarde.

Díjole el doctor Mutis: estos señores quieren que los cures; ve si te atreves- Respondió que sí.

-Díjole el doctor Vargas: vamos a la obra.

– Díjole el negro: no, mi amo, ahora no: eso ha de ser por la mañana.

– Bien, dijo el señor Vargas: prevén lo que sea necesario, y ven acá por la mañana.

Levé al negro a la huerta, y cogimos hojas de las dichas matas, que había sembrado hahcía más de cinco meses, que estaban muy viciosas; vinimos a la oficina, machacamos bien las hojas, las envolvimos en un trapo, exprimimos el zumo y lo guardamos en un vaso.

Al otro día nos inoculó el zumo a quince. Matiz fue el primero, luego el doctor Pedro Fermín de Vargas, y después los demás dependientes de la Botánica. La inoculación fue en las manos, pechos y pies, tajándome con una navaja de barba tres tajos en el cutis, y untarme el zumo puro, y una cucharada del zumo puro que tomé-. Diez y ocho incisiones me hizo y lo mismo ejecutó con los demás.

El doctor Vargas le dijo: ¡Y ahora podemos coger la culebra?- Sí, señor.

¿Y si nos pica?- No tenga cuidado, mi amo.

-Pues anda y tráenos una.

Fue el negro y nos trajo una taya-equis, como una vara, algo más de larga; la puso en el suelo.

El dicho señor Vargas le dijo: ¿La cojo?

-Sí, mi amo, ¿no ve su merced cómo la cojo yo?

Y la alzó u se la envolvió en el brazo izquierdo, la sobó por encima, y la culebra no hizo acción de picarlo; púsola en el suelo.

Y Matiz le metió ambas manos por debajo y la levantó: volvió la culebra y le olió las manos: púsola en el suelo.

Siguió el doctor Vargas y la alzó: hizo la misma acción de oler las manos: púsola en el suelo.

Y por más y por más que les insté a los demás curados que la alzaran, no hubo otro que se atreviera a alzarla.

Cogila segunda vez; hizo la misma acción de olerme las manos- Dígoles a los demás: ¿ven ustedes? ¡Y están con miedo! No fue posible.

Yo, Matiz, me quedé pensando: si la culebra no pica a alguno, no quedo satisfecho de la curación. Me resolví a irritarla haciendo reflexión: ¿qué puede ser? Aunque me pique, aquí está el curandero a quien le tengo fe. En efecto, me agaché y le fui rascando por encima; algo se encogía; ya que me acerqué a la cabeza como a una cuarta poco más o menos, revolvió con ligereza y se me prendió, clavándome los colmillos en los dos dedos centrales de la mano derecha. En el instante me apreté con la mano izquierda para exprimir el veneno- El negro, que tenía en la boca hoja mascada del dicho guaco, me tomó la mano y chupó donde le mostré me había picado, escupió, y me dijo:

-No tenga su merced cuidado.

El doctor Mutis, que estaba acompañado de los sacerdotes que estaban observando, díjole al negro:

– Toma tu culebra y llévatela, y no te vayas de la ciudad, no sea que vayamos a tener alguna novedad con Matiz.

-No, mi amo, no me iré.

Todos se quedaron en expectación como era natural, y yo me fui a mi asiento a seguir en la pintura.

El doctor Mutis se entró en la antesala, y tomó un libro, y de rato en rato me preguntaba:

-Querido, ¿siente usted algo?- No, señor.

-¡Cuidado!, al punto que usted sienta alguna novedad, avise usted.

Hasta el otro día no me preguntó el doctor Vargas si había sentido alguna novedad. Díjele que no.

Díjole al doctor Mutis: señor, el arresto de Matiz nos ha hecho ver la certidumbre de la contra.

El doctor Pedro Fermín de Vargas hizo la descripción de este descubrimiento y la remitió a esta capital en dicho año, y aquí estamparon en el periódico que entonces se publicaba.

Se propagó en Mariquita dicho descubrimiento, y fue tal el abuso que se convidaban los muchachos a ir a buscar culebras a los bosques y quebradas, y solía yo encontrarlos por las calles jugando con culebras, hasta que un día picó una taya a uno de ellos en una vena que le hizo verte el chorro de sangre, y le pusieron cataplasmas de hojas de guaco machacadas, y le envolvieron un trapo, y siguieron jugando con ella. Llegaron a la orilla del río Gualí, y se les antojó bañarse. Y en el instante en que entró el picado en el agua, le causó escalofrío con temblor, y tuvieron los compañeros que llevarlo alzado a su casa, y la madre anduvo en carreras para conseguir al negro Pío para que lo curase. Y hasta lo administraron porque se vio en el riesgo de expirar. Y de aquí tomaron miedo y se dejaron de buscar culebras.

En el año de 1795, en la Mesa-grande, anduve cogiendo plantas para la botánica. Ocurrió llamarme arriba de Tena para que viese unas mujeres a quienes había mordido un perro rabioso que bajó mordiendo a cuantos encontraba, racionales y no racionales. Yo las vi, y premedité: el guaco destruye el veneno de las víboras, que es más pronto en causar la muerte, a éste le hará más bien. En efecto, mandé al herbolario que iba conmigo, diciéndole:

-Anda y búscame por aquí el guaco, y tráeme hartas hojas.

De pronto lo halló por ahí.

Digo a las mujeres: machaquen bien de estas hojas y pónganse en las mordeduras con trapos que las contengan, y por nueve días tomarán el cocimiento de estas hojas, un vaso por la mañana, otro a las once, y como a las cuatro de la tarde otro. Esto cura a los envenenados por culebras; mejor hará a este veneno. Yo cada quince días paso por aquí; me avisarán si ocurriere alguna novedad.

Y seguí en mi expedición.

Y después, cada vez que pasaba, preguntaba si había alguna novedad. –Que no.

Pasados más de cincuenta días, volví a preguntar.

Me contestaron que no habían tenido novedad alguna.

Díjeles que no tuvieran cuidado, que yo había oído decir que hasta los cuarenta días solía resultar el mal,  y que ya habían pasado más de cincuenta.

Comuniqué dicha aplicación al señor Mutis y le mandé un tercio de guaco. Al tercer día de haberlo recibido, se le apareció uno de los señores Rivas, diciéndole:

-Señor, ¿qué hago que los mejores caballos de Chamicera se me están muriendo del mal de rabia, y a cuantos están mordiendo les están pegando la enfermedad?

Mostróle el señor Mutis mi carta, y díjole:

-Vea usted la noticia que me ha comunicado Matiz; lleve usted el guaco y deles a beber.

Lo hicieron así y se curaron dichos caballos. Con lo que se rectificó dicha aplicación.

Y desde esa fecha se ha estado aplicando la hidrofobia a los animales y a los racionales.

En Guatavita, en el año de 1821, el doctor José de Vargas y Alzate me refirió haberse visto desahuciado por junta de médicos el año de 99, en términos que ya tenía tratado el entierro; que apareció el doctor Peñuela, cura de San Benito, quien le aplicó el guaco, y se le contuvieron los accesos de sangre. Y don Nicolás Cárdenas, al otro día a las cinco de la mañana, se fue a la Mesa-grande a traer dicho guaco, porque aquí no se halló, y volvió a las cinco de la tarde trayendo dicho guaco, y en el acto se lo dieron, con lo que cesaron dichos vómitos. Y quedó curado, y hasta el año de 1848 no murió- Y dicho sujeto Nicolás vive en Hatoviejo.

Tomado de Historia de la literatura en Nueva Granada de José María Vergara y Vergara. Tomo II. P. 135-140. Editorial del Banco Popular.

 

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