La curiosa vida de Li Popó. Por Leandro Alva

A Enrique Pagella, destacado orientalista bonaerense.

 

He venido desde muy lejos en representación del taller de escritura e investigación literaria que funciona en un establecimiento que no me ha sido dado nombrar.

Vamos a trascender las barreras del tiempo y el espacio para viajar hasta la China de la dinastía Tang (allá por el siglo VIII, más o menos). En esos pagos y en esa época, era costumbre que los funcionarios públicos cultivaran la poesía. De hecho, era un requisito obligatorio para ingresar a los estamentos gubernamentales.

A consecuencia de esta norma, el arte de pergeñar endecasílabos floreció con singular potencia, y China se llenó de trovadores y verseros como nunca había sucedido antes. Ni después.

Los más famosos y recordados son Li Po y Tu Fu. Tal vez, estos nombres resulten familiares a quien frecuenta estas artes del florilegio chamuyero. Y es muy probable que Li Po sea el más renombrado de estos personajes, porque además de ser un gran bardo, era un gran borrachín y un tremendo putañero. Con mucha frecuencia, su lírica está centrada en la exaltación etílica y los placeres sensuales.

Li Po trabajó en la función pública durante un breve lapso de su vida, y terminó abandonando la faena por motivos que no han sido del todo aclarados.

Sin embargo, no es acerca de Li Po que vamos a disertar en esta oportunidad, si no de una figura mucho más evanescente y misteriosa: su medio hermano Li Popó, que también fue poeta.

Hasta hace poco no teníamos la menor idea de la existencia de este juglar, pero nuestro corresponsal en la Universidad de Connecticut nos hizo llegar un informe incontrastable acerca del escurridizo vate.

Los datos del “INFORME CONNECTICUT” son por demás certeros y contundentes. Al parecer, Li Popó fue censurado y hasta sufrió el ultraje del destierro. Los representantes de la dinastía Tang consideraron “inconveniente” el contenido escatológico de su arte y lo expulsaron del imperio.

El arcano, entonces, comenzó a adquirir perfiles más definidos con una revelación que nos dejó patitiesos: según el “INFORME CONNECTICUT”, una parte de la obra del poeta excrementicio había llegado al sur del gran Buenos Aires y se encontraba oculta en el depósito de un supermercado de la colectividad oriental.

No vamos a develar la ubicación del comercio ni el nombre de su dueño (francamente no lo recordamos). Solo diremos que, mediante algunas maniobras algo reñidas con la transparencia, pudimos acceder al material en cuestión.

El propietario del supermercado, también poeta, nos ayudó con la traducción de los manuscritos de chino antiguo a castellano, mientras saboreábamos un delicioso jugo Tang. Porque el niño tiene sed… siempre.

Vale decir que Li Popó fue un gran poeta y como todo gran poeta tuvo sus obsesiones. Mientras su hermanastro le cantaba a la vida relajada y licenciosa de las cortes, Li Popó se solazaba en una materia más denostada y efímera: la fecal.

Siempre estuvo convencido de que, mediante ciertos ejercicios intestinales, se podía alcanzar la vida eterna y ocupar un sitial junto a los 8 sagrados inmortales de la China.

Sus contemporáneos nunca le perdonaron esta debilidad por las letrinas, y comenzaron a correr los rumores más absurdos; que Li Popó era un experto en la preparación de laxantes, que fue el inventor del enema, que disfrutaba de sus propias hemorroides y usaba la diarrea como mascarilla facial y como intenso afrodisíaco. Hasta se llegó a mencionar que era un detestable coprófago, pero estas son apenas maledicencias del vulgo que probablemente no tengan ningún asidero válido en la realidad.

Durante la época en que sufrió el destierro, el poeta vivió en una ermita, a la vera del Río Amarillo. Se cuenta que a menudo recibía la visita de su hermanastro, y se cree que compusieron algunos versos juntos, que aún no han sido localizados. Además, les gustaba salir a navegar por la noche y meditar en las profundidades filosóficas del taoísmo.

Rudyard Kipling refiere que Li Po salió a navegar completamente ebrio y, al confundir el reflejo de la luna con la luna misma, se lanzó a las aguas del río para abrazarla y pereció ahogado.

Lo que Kipling no cuenta, porque nadie lo sabía hasta hoy, es que Li Popó lo acompañaba en esa barca, y en el mismo momento en que su hermano pretendía aferrarse a Selene, él percibió ese olor tan característico que lo subyugaba. Estaban pasando frente al desagote de la gran cloaca imperial de la entonces capital Chang´an y, sin pensarlo dos veces, también se zambulló en pos de algún souvenir intestinal flotante. Murió al mismo tiempo que su hermano. Ambos, embriagados por sustancias que los empujaron a la perdición.

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