El ángel negro de Praga. Vladímir Holan

Por Leandro Alva
“Todo, hasta el silencio, tiene algo que callar”
 
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La primera vez que viajé a Praga, yo no conocía a Holan. No sabía nada de él. Apenas Kafka y Rilke justificaban mi visita desde el punto de vista literario, y la obra de ambos, escrita íntegramente en alemán, no me permitía acercarme ni medio paso a la sonoridad y los artificios de la lengua checa.

Fue en un viaje posterior, no recuerdo bajo qué circunstancias, cuando me topé con la leyenda y la poesía del ángel negro de la ciudad dorada. Por ese entonces, yo ya estaba algo familiarizado con los rudimentos del habla local. Si bien no podía comprender del todo sus textos sin contar con una traducción a mano, al menos era capaz de degustar cierta magia en la elección de los vocablos y en la música de sus combinaciones.

Y tengo que confesar, antes que nada, que quizás decidí escribir sobre Holan porque también es una forma encubierta de escribir sobre Praga, una ciudad tan próxima a mis sentimientos que tiene el tupé de competir codo a codo con la mismísima Buenos Aires en mi ranking de preferencias, una ciudad en la cual tuve la oportunidad de vivir y disfrutar experiencias inolvidables, como cumplir el sueño de frecuentar las aulas de la prestigiosa Universita Karlova.

Pero volvamos a quien nos ocupa, Vladimír Holan, acaso el mayor poeta checo del siglo XX. Nació en la capital de Bohemia en septiembre de 1905; por entonces, la ciudad de las cien torres era la capital de un estado no reconocido, ya que en esos tiempos la urbe formaba parte del amplio mapa del imperio Austrohúngaro.

De niño vivió una temporada en el campo, en una comarca llamada Podolí, en una zona donde anteriormente pasó sus días Karel Hynek Mácha, un famoso poeta muy admirado por Holan. Pero no tardó demasiado en regresar a Praga (tenía 14 años), y ya comenzó a sentir desde muy temprano el llamado de la poesía, y a colaborar en diversas revistas literarias. Para entonces, la república checoslovaca se había independizado y obtenido su soberanía. Eran años convulsos; la primera guerra mundial y la revolución rusa modificaron sustancialmente el panorama político europeo, y nadie podía permanecer ajeno a estos acontecimientos. Las noticias de la época vulneraban los muros de la más inaccesible torre de marfil y era imposible tomar distancia de la realidad.

Holan era muy joven cuando editó su primer libro, Abanico en delirio (1926). En sus trabajos de juventud prevalecen los artilugios verbales propios de las corrientes estéticas de la época (futurismo, dadá), y una notoria influencia de la poesía simbolista de Mallarmé. Asimismo, no podemos soslayar la relación que mantuvo con otros poetas checos, los fundadores del movimiento conocido como Poetismo, personajes como Vitezlav Nezval, el líder del movimiento, o su gran amigo Jaroslav Seifert, quienes también iban a ser determinantes en el desarrollo de su lírica.

Dicho esto, se puede afirmar que hacia 1930, con su libro El triunfo de la muerte, el poeta va encontrando una voz propia, una expresión distintiva que anima la sospecha de que se está en presencia de una figura significativa en el campo de las letras. Hay que resaltar que, con el tiempo, la atmósfera de sus poemas va virando desde los ejercicios de sonorización y las jugarretas verbales hacia una estética más marcada por lo conceptual. Los razonamientos más profundos y el abandono definitivo de la rima son rasgos a destacar de este devenir.

Al igual que Kafka, Holan tuvo que trabajar en una compañía de seguros, hasta que llegó un momento en el que pudo sostener su economía gracias a la literatura. En 1932 contrajo matrimonio con Vera Pilarová con la que tuvo una hija, Katerina. La niña padecía síndrome de down; el padre la adoraba profundamente y le escribía versos infantiles.

Mientras tanto, había publicado su primer libro en prosa, Kolury (1932), y en 1933 se incorporó a la redacción de la revista Zivot. Además, continuó dando a la imprenta obras muy destacadas, como Piedra, vienes (1937).

En 1938, con el advenimiento de Hitler y la amenaza del nazismo, luego cristalizada en la ocupación de Checoslovaquia, Holan comenzó a escribir una poesía más comprometida desde lo social, más cercana y accesible. En esta línea, publicó Septiembre 1938.

Al poco tiempo se desata la segunda guerra mundial; él no permanece indiferente ante tamaño acontecimiento y se pone al frente de las voces que claman por la liberación. A esta época corresponden obras como Terezka Planetová (1943) y El camino de la nube (1945).

 

Ya finalizada la guerra, el poeta canta sus loas a los “libertadores” en Soldados del Ejército Rojo (1947), pero inexplicablemente, el nuevo régimen comunista que detenta el poder en su patria, lo acusa de “formalismo decadente”. Su obra deja de publicarse en 1948, y es excluído por completo de la vida literaria checa. Lo condenan así a quince años de silencio. Sus libros no van a ver la luz hasta 1963, y Holan se recluye en su casa de la isla fluvial de Kampa, en el centro de Praga, en un encierro autoimpuesto que durará treinta años y que va a abandonar en muy contadas ocasiones hasta su muerte. De día, las persianas de su casa están siempre bajas; el poeta elige la noche como su ámbito de acción, y la nocturnidad como su musa. Así, se va forjando un mito de la literatura checa, y su amigo Seifert, una de las pocas personas que lo visita muy de vez en cuando, lo bautiza como el ángel negro de Praga.

Paradójicamente, Holan transforma su ostracismo en un fecundo período de libertad creativa. El insomnio es el lugar donde el poeta da rienda suelta a sus demiurgos creadores y el límite que imponen las paredes de su casa no representa ningún obstáculo para su plenitud como artesano del lenguaje.

“No entra impunemente el joven con su luz

en la gruta de las palabras…”

Así comienza uno de los poemas de Dolor, uno de sus libros esenciales, escrito entre 1949 y 1955, durante su temporada de más duro aislamiento. Esa gruta de las palabras, fácilmente identificable con la omnipresencia de los muros que lo confinan, esa impunidad abolida que supone un cambio metafísico en la configuración personal de cualquiera con la valentía suficiente para aventurarse entre las estalactitas de la poesía más tortuosa, son rasgos indelebles de su trabajo durante esta etapa de encierro.

“La noche y la lámpara… y aquel instante

en que el poeta, que envejece, no se hace ya más preguntas,

hastiado de la expresión bovina de los fantasmas y la realidad…”

Estos versos encabezan uno de los poemas de Avanzando, otro de sus libros capitales, empezado en 1943 y concluído en 1948 luego de su proscripción, dan cuenta de sus sensaciones (y sus decepciones) frente al cauce que tomaron los hechos y la clausura en la que decidió continuar su existencia.

Lo cierto es que durante su largo destierro espiritual se transforma en uno de los poetas más prolíficos de la época, escribiendo varias obras maestras como los ya citados Avanzando y Dolor, dos libros de poemas breves de gran intensidad, además de Historias (1949-54), que contiene poemas de más largo aliento, y fue situado por la crítica dentro de una línea épica similar a Soldados del Ejército Rojo.

A este momento creativo pertenecen, también, dos poemas monumentales, dos tratados filosófico poéticos de una envergadura que ha sido parangonada con los Cuatro Cuartetos de T.S. Elliot o las Elegías de Duino de Rainer Maria Rilke; estamos haciendo referencia a Una noche con Hamlet (1949-56) y Toscana (1958-63).

La belleza inefable de Una noche con Hamlet, ha conseguido transformar a esta obra en la más conocida de toda la carrera de Holan, incluso logró el premio Etna Taormina, por el cual el poeta debió viajar a Italia en una de sus contadísimas excursiones fuera de la frontera checa. La obra fue adaptada al teatro y permaneció en escena durante más de 25 años. Sin embargo, Holan consideraba que Toscana era su trabajo más importante.

Otros libros de singular trascendencia dentro de su producción son En el último trance (1961-65) y Un gallo para Esculapio (1966-67).

Personalmente, prefiero los poemas más breves e intensos, de libros como Avanzando o Dolor, en los cuales el poeta gira reiteradamente sobre temas fundamentales del acontecer humano: el ser, la muerte, el amor, la transitoriedad, la belleza, la soledad. Me parece que esos trabajos lo pintan de cuerpo entero, pero seguramente esa opinión sea tan sólo producto de mi subjetividad.

Hay que mencionar, también, otra faceta de Holan que es sumamente destacable, y que no podemos dejar pasar: su labor como traductor es muy meritoria. Entre otros, trasladó a su lengua a Baudelaire, Góngora, Rilke, y Píndaro.

Durante la década del 60 se le concedió el Gran premio del estado Checoslovaco y le fue otorgado el título de artista nacional. Además, fue nominado al Nobel de literatura, pero él ya no se movió de su casa para recibir ninguna distinción.

«Me encerré en la soledad. Fue una clausura dura en la que vivía. Decían de mí que soy orgulloso. Pero no es verdad, me entendían mal. La soledad es para mí una condición del trabajo», declaró en una ocasión.

En 1976 el poeta sufrió un ataque de apoplejía, y con la muerte de su hija en 1977 se cerró su trayectoria artística definitivamente. Holan dejó de escribir. Falleció el 31 de marzo de 1980, y dos años más tarde se editó un volumen póstumo con más de cuatrocientos poemas inéditos que llevó por título Abismo de abismo.

Sus restos descansan en una tumba que no lleva su nombre ni las fechas que limitaron su vida. Apenas la inscripción Familia Holan identifica el lugar. Todo un símbolo para coronar la vida de quien eligió la discreción de las horas más oscuras y su silencio primordial.

Según refiere Clara Janés, principal traductora al castellano de la obra de Holan, Jaroslav Seifert, el único checo que obtuvo el Nobel de literatura, al recibir su premio en 1984, comentó que lo recibía en nombre de toda una generación de poetas checos de la que él era el último sobreviviente, y reconoció que, sin lugar a dudas, Holan, había sido el mejor de todos ellos.

Recuerdo que en una de mis caminatas nocturnas por Praga, pasé como tantas otras veces, por la casa de Holan, y desde el sótano de la memoria, intempestiva, brotó una canción de Luis Alberto Spinetta, que dice: Todo gigante muere cansado de que lo observen los de afuera… Enseguida me asomé a la ventana, acaso buscando algún vestigio de la inspiración que otrora se respiró en esa morada. Quise observar al gigante, escuchar sus latidos, olfatear algo de su mística, intuir su agónico cansancio, como cuando me asomé por primera vez a su poesía y ya no hubo camino de regreso…

La noche de Praga

conoce su oficio mejor que nadie,

su rutina de siempre;

para que las estatuas murmuren

para que la celda gaviote

para que Holan escriba

para todo eso existe.

La noche de Praga conoce su destino.

 

 

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One response to “El ángel negro de Praga. Vladímir Holan”

  1. Uncle Bill says :

    mal escritor mal escritor trololo trololo

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