La duda, por Luís Antonio Bolaños De La Cruz
Hoy presentamos un nuevo relato de Luís Antonio Bolaños De La Cruz, esperamos lo disfruten tanto como nosotros.
La Duda
(viñeta del Imperio Decadente)
Luís Antonio Bolaños De La Cruz
Partí de un sueño erótico de mi ya lejana juventud, cuando estudiaba en la Universidad Industrial de Santander, lo mezcle con una pulgarada de “Las 43 Dinastías de Antares” de Mike Resnick, una pizca de “La Ciudad de Piedra” de GRR Martin y añadí el ambiente de La Madonna de Clive Barker, y una situación de “Los Escándalos de Crome” de Aldous Huxley, este es el resultado y que me perdonen los autores nombrados.
Nuestra nave arribó a la órbita de Prim Klam con cierto adelanto, así que mientras el carguero semejante a un conjunto de burbujas aplastadas unas contra otras y acribilladas de perforaciones que permitían el flujo de las gabarras con mercancías hasta los ganchos de anclaje en los colosales hangares -distribuidos en el eje que albergaba a los reactores de hiperimpulso-, iba rellenando sus bodegas, nos permitieron bajar a su superficie. Eramos disciplinados y creíamos en la Reconstrucción de la República tras la caída del Imperio.
Me animé dispuesto a convertir la experiencia en motivo de placer. Cada cual cuando aterrizamos se dedicó a cumplir con las exigencias de sus obsesiones; la mía que era recorrer mercados y monumentos encontró en las megamoles del barrio comercial suficientes escondrijos que visitar. Se sucedían templos con esqueletos embutidos en las paredes metálicas con exposiciones de cópulas interespecies.
Me detuve con algo de cansancio al pie de una titánica cúpula que parecía haber gozado de mejores tiempos, semienterrada en la ladera arenosa que delimitaba el cuenco en que se esparcían las instalaciones del puerto; un susurro me distrajo, al inicio no encontré su procedencia, pero al repetirse comprobé que se emitía desde un paquete de harapos en la escalinata, al mirarlo observé su semejanza con un cuerpo humanoide y me acerqué para dilucidar su ronquido, había alcanzado a interesarme.
Lento, con frecuentes pausas, y a medida que avanzaba en su relato con mayor claridad, supe de las circunstancias de su desgracia. Compartió una preocupación y remarcó que tras perder sus fuerzas y ser arrojado al exterior de las minas de coltan, adoptó una misión: advertir a cada joven que cruzara por delante del edificio lo que podía sucederle si ingresaba: en su caso la arrogancia lo condenó, ignoró los signos y se extravió en los vericuetos de la trampa que se tendió a si mismo, para proseguir quería el equivalente a una cena, no escatimé mi óbolo y me dispuse a escuchar sentándome a su lado en el polvo de la grada vecina. Estas fueron sus palabras:
Estoy paseando en un salón enorme de paredes de protoplasma vegetal que gira en espiral, nudos marrones y cintas verdes lo atraviesan, está tachonado con negros conjuntos de pantallas circulares que simulan ejercicios coreográficos en su interior, apenas discernibles por los fogonazos plateados de los escorzos ejecutados que capta su superficie, sólo por eso era notable la sala, trate de tocarlos y la flexible epidermis registra los sensores de mi dedo pero no se abre para que pueda degustar la información acumulada en los movimientos. Tras distraerme interactuando con las figuras me coloco en postura de loto en un almohadón en lo alto de una columna, desde el cual me deleito con los cuerpos que se enraciman en las piscinas sucesivas que caen en cascada.
El otro lado del local está repleto de mesitas con otomanas, surtidas con abundancia de elementos comunicadores, me llaman la atención los vetustos modelos de teléfonos blancos que pulsan con luz perlada encerrados en cajas oblongas de imobakelita con trono y dosel; aparece una joven hermosa, de silueta apetecible, de inmediato los presentes se retiran y el gran salón queda vacío, quizás por ser forastero no sigo la desbandada y permanezco oxigenándome, pasa bajo mi perchadero, se instala casi a mi lado sin mirarme, elige uno de los módulos con teléfono blanco cercanos, se sienta en el trono bajo el dosel y llama muchas veces sin lograr comunicarse. Rompo mi estática asana, ya que la escucho pero no la entiendo, me acerco y me apoyo en el cerco de imobakelita frente a ella, extiendo mi mano con implantes expresándole con mis ojos y gestos que quizás poseo algún recurso que le permita hacer funcionar el teléfono.
Me oculta la mirada, lo aprieta y se niega a aceptar mi ayuda. De repente la luz perlada pulsa y localiza a la persona que necesitaba, conversa con voz suave ignorando mi presencia, es igual porque sigo sin comprender su idioma a pesar de llevar virus traductores. Aprovecho el delicioso descuido en el que se coloca mientras habla y atisbo por las sisas y hendiduras de su ropaje, ya había notado en su caminar una elegancia que parecía llegarle de muy lejos, sus senos son altos y la banda que la presiona en las costillas casi los lleva contra la garganta, sus poros destilan un aroma embriagador, giro y me retuerzo hasta que logro centrar mi mirada en una abertura que surgía y desaparecía en el laberíntico lecho de su bufanda mostrando un pezón rosado, que se arrugaba o se expandía cual diminuto volcán, se hundía en la grasa de la teta dejando plano su mamelón, y luego eruptaba creciendo como una hinchada areola con vida independiente que cabeceaba indagando por algo, hasta semejaba una furibunda y frustrada glándula que esperaba la complacieran, ella manteniéndose desdeñosa emitía gemiditos de placer en cuyas aguas densas yo quería ahogarme; continuaba ignorándome a propósito, pero no impedía que me cerniera sobre ella y que la contemplara, entendí que deseaba que lo chupase, lo mordisquera, lo lamiera, lo gozara, pero fingiendo, como si ella no estuviera consciente de mis manipulaciones, lo cual era tremendamente excitante, me incliné y casi de inmediato me encontré rodeando el pezón con mi lengua y recibiendo un chorrillo de leche, me estremecí obnubilado por su increíble sabor y sin transición descargue mi semen en un orgasmo desgarrador y clarificante, demasiado tarde vincule la marcha de los lugareños con la intención del sacrificio, me ofrecieron a una “Bureube” (acrònimo de Brujas Reclutadoras de Ubres Esclavizantes), las que proporcionan zombies a las minas de coltán con permiso de la administración del puerto, siempre y cuando el reclutado participara con discernimiento. Cuando ella se levantó marché detrás sin voluntad y dispuesto a obedecerla; me entregó a uno de los capataces y recibió su paga; desde entonces la veo en mis ensueños.
Impresionado ante tamaña injusticia salté y trepé hasta la semiabierta cancela que bostezaba arriba e ingresé enérgico y dispuesto a enfrentar cualquier agresión, pero… la enorme sala estaba ruinosa y descolorida y sus piscinas vacías.