Sobre el coito, un diagnóstico de Al-Razi

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Al- Razi fue un médico y pensador brotado en el esplendor árabe-islámicodel siglo X; sus posturas filosóficas no fueron tomadas de la mejor manera por el islam. Avicena, por citar un ejemplo, solía defenestrarlo y burlarse de él diciendo que mejor habría hecho si se hubiese dedicado con exclusividad a estudiar los excrementos y la orina. En este capítulo que a continuación les presentamos, el 15 de «El libro de la medicina espiritual», se ocupa de algunos efluvios y fatalidades biológicas propias del coito, ese enemigo de los ansiosos y los ángeles en Gomorra:

Sobre el coito

También es esta una de las afecciones malas a las que invita y lleva la pasión y la preferencia por el placer, acarreando al que la padece diversas desgracias y graves enfermedades, ya que debilita la vista, arruina y consume el cuerpo, precipita la vejez, la decadencia y la decrepitud, daña el cerebro y los nervios, y hace decrecer y disminuir las fuerzas, junto a otras muchas enfermedades cuya mención sería larga.

Su ansiedad es fuerte, como la de los otros placeres, y más aún cuando se piensa que su placer excede a los otros.

La frecuencia del coito ensancha los conductos por donde va el semen, afluyendo mucha sangre por ellos. Así, se aumenta la producción de semen y se incrementa por ello el deseo, redoblándose la pasión.

Por el contrario, la menos frecuencia y la abstención conserva la humedad básica del cuerpo, particularmente en la substancia de los miembros. De este modo, el período del crecimiento y del desarrollo se alarga y se retarda el envejecimiento, la consunción, la decadencia y la decrepitud. Los conductos del semen, al no llevar materia alguna, se estrechan. La producción de semen disminuye, se debilita la erección, se encoge el pene, se rebaja el deseo y desaparece su intensa comezón y exigencia.

Por ello debe el hombre inteligente dominarse, abstenerse y combatir esto para no verse incitado y azuzado hacia ello y no llegar a una situación difícil en la que ya no pueda apartarse ni abstenerse.

Asimismo, debe reflexionar y repasar lo que hemos comentado de domeñar y refrenar sus pasiones, especialmente lo que hemos mencionado en el capítulo sobre la gula, a propósito de la segura molestia, sofoco, comezón en incitación a conseguir lo deseado y a llegar al colmo de lo que es posible, ya que este aspecto está más confirmado y es más evidente en el placer al que se llega en el coito que en los restantes placeres, por la superioridad sobre aquéllos con que se le imagina.

En el alma, sobre todo en aquella a la que se ha dejado suelta, sin ser cuidada ni educada, a la que los filósofos llaman la no domeñada, ocurre que su afición al coito no elimina de ella el deseo, así como el frecuentar a las concubinas no elimina tampoco el deseo ni la inclinación hacia las otras mujeres.

Como esto no es posible que dure indefinidamente, arderá con el calor y el ardor que dimanan de la pérdida del goce en lo apetecido, pues sufrirá y padecerá el dolor de esa pérdida junto con la permanencia de la incitación y del impulso, bien por falta de dinero o posibilidades, bien por la debilidad e incapacidad de la naturaleza y de la complexión, pues no se puede obtener de las cosas deseadas la cantidad que reclama y exige el sexo, tal como es la situación de los dos hombres mencionados en el capítulo de la gula.

Si esto es así, lo razonable es adelantarse a aquello que necesariamente acaecerá y que habrá de aguantar- me refiero a la pérdida del goce en lo deseado junto con la persistencia del impulso y del incentivo- antes que exagerar y abundar en ello, a fin de estar a salvo de sus malas consecuencias y suprimir su avidez, su rabiosa impaciencia y su prurito y estímulo.

Además, este placer es uno de los más merecedores y convenientes en desechar, ya que no es necesario para subsistir, como es el caso de la comida y la bebida, ni hay, al desecharlo, ningún dolor visible y sensible, como es el dolor del hambre y la sed, mientras que en su exceso y demasiada frecuencia se destruye y se arruina al cuerpo.

El someterse y seguir el impulso que lleva a la lujuria no es más que el dominio de la pasión y el borrarse del intelecto, lo cual debe rehusar el inteligente, debe alejarse de ello y no asemejarse a la rijosidad de los machos cabríos, toros y otras bestias que no reflexionan ni miran las consecuencias.

Por otro lado, el que la mayor parte de la gente considere esto feo y torpe, y oculte y disimule a lo que se llega en este asunto, es necesariamente porque tiene que ser algo detestable para el alma racional, ya que esta unanimidad de la gente en considerarlo feo o bien es por instinto y de una manera espontánea, o bien por enseñanza y educación, pero en ambos casos es, y es preciso que sea, algo feo y malo en sí, pues en las reglas del silogismo las opiniones de cuya exactitud no se debe dudar con aquellas en las que están acordes todas las gentes, o la mayoría, o los más capacitados.

No debemos, por tanto, lanzarnos en el seguimiento de lo feo y malo, al contrario, debemos darlo de lado totalmente. Si esto no puede ser, que aquello a lo que lleguemos sea lo menos posible, avergonzándonos y censurándonos por ello, pues de lo contrario nos desviaremos y dejaremos la razón por la pasión, y quien se halle en esta situación será el más vil de los dotados de razón, puesto que es más dócil a la pasión que las bestias cuando escogen lo que les incita a ella y a su sometimiento, y ello teniendo en cuenta la supervisión y la amonestación del intelecto, mientras que las bestias sólo se someten a su naturaleza sin tener amonestador o supervisor de aquello en lo que están.

 Tomado de «La conducta virtuosa del filósofo», editorial Trotta, P. 73-75, traducido por Emilio Tornero

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