Dos posturas sobre el futuro en La segunda invasión marciana
El mundo se mueve a través de centros de poder en donde parecen desarrollarse los hechos que finalmente repercutirán en nuestras vidas. Por lo general no tenemos la menor idea de lo que sucede allí, sino a través del velo de las transmisiones de noticias de los canales frecuentes, lo que abre paso a la especulación sobre los eventos extraordinarios que originan los cambios. Esto es lo que sucede una noche en un pueblo ruso, de la antigua Unión Soviética, cuando los escasos habitantes del lugar se despiertan luego de un gran estremecimiento que los sacude. Al parecer el estallido se generó en una base militar aledaña conocida como Maratón. Los informes oficiales que les llegan posteriormente a los habitantes del pueblo son nulos, y la prensa se limita a transmitir banalidades, con lo que se demuestra que el mito de la actual crisis del periodismo y la prensa basura no es sino eso: un mito, pues ser basura siempre ha sido la finalidad de la prensa. Así que nos enteramos de todas las extrañas cosas que pasan en el pueblo a través del diario de un viejo profesor de astrofísica, llamado Apolo, que espera la pensión y que titula este documento como: Notas de un hombre cuerdo.
Cuando un pueblo es asediado por una violencia incomprensible, cuyos actores son irreconocibles, lo más difícil de conservar es la cordura. En este sentido, se podría hacer un paralelo entre la novela «La segunda Invasión Marciana» de los hermanos Strugatski y «Los ejércitos» del colombiano Evelio Rosero; en cuanto ambos tratan la vida de pequeñas comunidades rurales asediadas por una absurda guerra desde el punto de vista de un viejo profesor al que nunca le llega la pensión y cuya última defensa es mantener la razón en un paisaje que se ha cerrado al horror surrealista en donde prima la locura.
La versión que logra mayor aceptación al final de la novela es la de una invasión marciana. Esta teoría logra ser aceptada incluso por el narrador, un profesor que conoce perfectamente la poca probabilidad de existencia de seres inteligentes en Marte; pero que, a medida que avanza la narración, va aceptando las cosas más insólitas con tal de no apartarse demasiado del consenso mental de sus vecinos. Los aparentes marcianos curan de tajo el cáncer del pequeño pueblo, eliminando a los elementos que la perjudicaban: los corruptos y traficantes. También ofrecen un nuevo tipo de agricultura que permite el desarrollo y a la vez, lo más fantástico, brindan una posibilidad de sustento a sus habitantes pagando algunas monedas de cobre por sus JUGOS GÁSTRICOS. Al principio, los habitantes ven estos hechos con terror, pero al sospesar sus beneficios deciden cooperar y ponerse al lado de sus nuevos gobernantes.
Las interpretaciones que se le pueden dar a esta novela son variadas, y pueden correr el riesgo de ganarle en extensión a las breves páginas que la componen. Desde el permanente estado de terror que padecían los habitantes de la antigua cortina de hierro, ante la amenaza de un ataque atómico, hasta la indiferencia que sentían las personas más humildes por los discursos de poder, al ser indiferentes por las ideologías al mando. Uno puede arriesgarse a considerar que el título «La segunda invasión marciana» obedece a un guiño al programa radial «La invasión marciana» de Orson Welles, y todo el mito sobre el pánico que generó esta alocución en los habitantes de USA, pero llevado a un contexto de la Unión Soviética.
En «La segunda invasión marciana», no obstante, subyacen dos discursos sobre el futuro de la humanidad ante la eventual posibilidad de una dominación por otra civilización (no digamos que marciana -pues bien sabían los hermanos Strugatski que los invasores no eran marcianos). Uno es el discurso intelectual, humanista, que ostentan los sectores más educados de una sociedad, que comparar el progreso de una civilización con la posibilidad de auto-determinarse; el segundo, el del autor del diario, es el del hombre sencillo, quien indiferente ante ideas abstractas como «humanidad», «desarrollo», «civilización», vela por su bienestar inmediato y sus intereses más acuciosos. Estos dos discursos sobre el futuro están explícitos en este fragmento:
La gente ya no tenía futuro, dijo. El hombre había dejado de ser el rey de la naturaleza. De ahora y para siempre el hombre sería un fenómeno ordinario de la naturaleza, como un árbol, o un caballo, y nada más. La civilización y el progreso en general habían perdido todo significado. La humanidad ya no necesitaba desarrollarse, sería desarrollada desde el exterior, y por eso no se necesitaban escuelas, institutos, laboratorios, conciencia social, filosofía, literatura; En otras palabras, todo lo que distinguía al hombre de los animales y que hasta ahora se llamaba civilización, ya no era necesario. Como fábrica de jugo gástrico, Albert Einstein, dijo, no era mejor que Panderei, antes bien, era inferior, ya que Panderei era un glotón excepcional. La historia del hombre no terminaría en el estallido de una catástrofe cósmica, ni siquiera en el hacinamiento de la superpoblación, sino en la quietud saciada, pacífica.
-Solo pensar-, dijo, tomándose la cabeza gacha con las manos, – que no son los misiles balísticos los que terminaron la civilización, es nada más que un puñado de cobres por un vaso de jugo gástrico…
Habló mucho, por supuesto, y mucho más efectivamente, pero yo asimilo mal el análisis abstracto, y recuerdo sólo lo que recuerdo. Admito que al principio consiguió deprimirme. Sin embargo, pronto entendí que se trataba simplemente de la histérica efusión de palabras de un hombre educado que no podía soportar el derrumbe de sus ideales personales. Sentía que debía replicarle. Por supuesto, no porque esperara convencerlo, sino porque sus juicios me herían mucho, me parecían ampulosos y arrogantes, y además quería liberarme de esa impresión depresiva que sus lamentos habían tenido sobre mí.
– Has tenido una vida muy fácil, hijo-, le dije directamente. – ¡Eres demasiado exigente! No sabes nada de la vida. De inmediato se advierte que nunca sufriste un golpe en los dientes, nunca te congelaste en las trincheras, nunca transportarte leños en la prisión. Siempre tuviste suficiente para comer, y para pagarlo. Te has acostumbrado a mirar al mundo con los ojos de un ateo, como una especie de superhombre. ¡Qué lástima! ¡La civilización ha sido vendida por un puñado de cobres! ¡Puedes agradecer que aún te den cobres por ella! Para ti ese dinero no significa nada. ¿Pero qué me dices de la viuda que tiene que criar sola a tres hijos, que tiene que alimentarlos, educarlos? ¿Y Politemes, el lisiado, que recibe una miserable pensión? ¿Y el agricultor? ¿Qué propones para el agricultor? ¿Dudosas y pequeñas ideas sociales? ¿Libros y panfletos? ¿Tu filosofía estética? El agricultor escupiría sobre todo eso. Necesita ropas, maquinarias, fe en el mañana. ¡Necesita la posibilidad permanente de cultivar su cosecha y obtener un buen precio por ella! ¿Podrías darle eso? ¿Tú con toda tu civilización? Nadie podría darle eso en diez mil años, pero los marcianos lo han hecho. ¿Por qué sorprenderse ahora de que los agricultores los persigan a ustedes como a bestias salvajes? Nadie los necesita a ustedes ni a la charla sobre la civilización, ni al esnobismo o la prédica abstracta que tan fácilmente se convierte en tiros de una automática. El agricultor no los necesita, el hombre del pueblo no los necesita, los marcianos no los necesitan. Incluso pienso que la mayor parte de la gente racional, educada, tampoco los necesita. Piensan que son la flor de la civilización, y en realidad no son más que el verdín que produce su savia. Se han vuelto consentidos, y ahora pretenden que la muerte de ustedes es la muerte de la civilización.
Título: LA SEGUNDA INVASIÓN MARCIANA
(VIOROJE PRISCHESTVIE MARCIAN; 1968)
Autores: ARCADI Y BORIS STRUGATSKY
Colección: FOTÓN Nº 8
Editorial: GRUPO EDITOR DE BUENOS AIRES
Traducción: ANTONIO BONNANO
1976