Un poema inédito de Fogwill, la máquina-maquinista

fogwillhermoso

Fuente: http://enriquepagella.blogspot.com/

Fogwill está en un cementerio de chatarras, mandando señales impresas en algún papel que se hacen pasar por viejos textos, inéditos  y dedicados a otros armatostres  ancianos o muertos. Fogwill no ha muerto. A continuación les presentamos unos versos que el maquinista-máquina Fogwill le dedicó a la máquina-poeta Zerlarrayán:

En el bosque de pinos de máquinas

Máquinas vastas, máquinas fastuosas, máquinas enamoradas de su trivial reiteración cíclicas, lineales o iterativas: igual, indiferentes a la finalidad que les reclaman
órganos imantados por una sobrecarga de fines, medios, causas y condiciones que nadie imputaría
a la voluntad sus creadores

ni a la subordinación de los últimos que creyeron en ellas
sumisión temblorosa a ritos, voluntad sostenida a gritos, voluntad de unas máquinas tenisas por
expresión mas alta del amor en un tiempo mecánicamente acariciado

en estos tiempos que pocas veces terminan de vislumbrar -en sueños- los creadores que las
sirven

Máquinas superadas, despojos solitarios que en lo obsoleto -su modo de morir- recuperan las
marcas de su nacimiento

 

La voluntad de sus agentes
la voluntad de los que crean dispositivos a semejanza de las imágenes de su pasión
la voluntad de quienes los operan mientras esperan un destino mejor
la voluntad de servir sirviéndose cada cual a su turno del azar ordenado y el cálculo
la voluntad de la monotonía y de las sucesiones del azar
y el cambio

El cambio
el cambio y su repetición
los reflejos

Hay máquinas pulidas que reflejan la luz deliberadamente para evocar esa iluminación que no
deben referir sus manuales
empecinadas, opacadas, fresadas, empavonadas, tibias, pavas, apabullantes
máquinas relegadas a contener la ebullición
o a detener el mundo en el instante en que incandece la materia
Máquinas mudas, que callan o que, encalladas en los baldíos que rodeaba el zanjón, parecen a
punto de gritar
fósiles demasiado recientes: metas fraguadas en metal, tempranamente desaparecidas

 

Máquinas irisadas, máquinas de contar y máquinas que cuentan con tu pasión, o que descuentan
el tiempo remanente de un juego
juego de los poetas, o de los chicos, o de hombres grandes que apuestan a los números, o a los
caballos numerados o a códigos binarios que representan el resultado de cotejar grupos de
once y once hombres parecidos
máquinas de once sílabas medidas
falsa arbitrariedad de la medida de las formas


Máquinas indecisas que nunca se detienen
máquinas divididas que se montan en aniversarios y catástrofes y devuelven por unos días a la
memoria el viejo tema de la verdad
catequistas, instructores de vuelo, profesores de filosofía: partes del todo remuneradas para atenuar
el miedo
colaboradores de la prensa: remunerados para testimoniar las virtudes del fraude y no se entiende bien qué tipo de goce vinculado al fraude

colaboradores de Clarín: captados por las cámaras para documentar una alegría de servir,
aggiornatti


Poetas y tantas otras máquinas multiplicadas por los efectos de su mismo operar
maquinitas sumadas a un inventario de reserva: del edificio, de la fábrica, del casco de la estancia,
de la sociedad anónima que administra el taller
prudentes máquinas sociales que restan magnitudes que no convienen al mejor curso de las cosas
máquinas de porquería de precios irrisorios y diseño imperfecto que circulan por la cadena
invisible del comercio, funcionan solo para provocar mas intercambio aún y son un
complemento, un comentario agregado al mundo que bien pudo no estar, o ser otro y que
siempre puede sustituirse por otro sin que nadie lo advierta


Máquinas irremplazables, apañadas por lo peor
cosas dispuestas para cambiar estados de la materia, que exprimen, condensan, extienden, muelen,       licúan, hacen un jugo de colores, secan, succionan, llevan, acercan, traen desde lejos

O bien: máquinas de mover, o de permanecer y detener,
o de procesar constantemente variaciones ínfimas

Inalcanzable e incansable máquina humeante humana
solo ella, por ser ella, revela lo peor: su entidad acotada contrastando con la finalidad
incomprensible, las metas invisibles, la consigna inaudible y borrada de sus orígenes
siempre lo peor de estas máquinas fue su ser acotado y ahora lo mejor y lo mayor de su destino es
la ininteligibilidad tramposa del poema
y la de tantas otras máquinas que llevan pensar en máquinas y haciendo creer en un mundo que
vibraría ensamblado agrupan el terror a lo ausente, el temor a lo imprevisto y súbito y el
temblor ante todo lo que pueda excluir un destino común, concertado y fácil


¡Ffahhh! ¡Ella sí es un máquina! Mujer imaginada, máquina de repetir unos espejos que la
componen como materia en el espacio


Las cosmetólogas prometen simulacros de armonía cósmica a la única cosa -lo humano-
que pudo imaginarla y hasta burlara durante el ínfimo intervalo de eternidad concedido a su       especie
las manicuras curan los efectos de máquinas creadas sin prever un contacto frecuente con la
piel femenina: superficie por y para el placer
las parteras procuran y cantan a su faena aún cuando, mudas, se van plegando al control de una
reproducción que la máquina médica que alienta el berretín de no morir ha vuelto
inconveniente


Los maquinistas en los trenes miden sus penes con cintas métricas de acero ultraflexible: otra
aleación de materiales, que, como ellos, nadie previó y ha terminado por parecer
indispensable, natural
mientras los paralelos rieles quedando atrás, a un mismo tiempo permanecen debajo y ceden a la
presión de las ruedas acantonadas, ellos se inclinan sobre el tablero y vuelven a medirse y
cotejan parámetros y magnitudes, rito de sumisión a las pasiones de la curiosidad y de la
utilidad del número
el maquinista ha oído antes y piensa ahora que todo ínfimo cuerpo crece con la velocidad
al cotejar la presión del vapor en las turbinas, el torque de los émbolos y la puntualidad de los
servicios de carga y pasajeros, semidesnudo, por un instante es dios, y es máquina y
obrero, y hasta puede llegar a ser un capitán o un mártir sin perder su condición de
maquinista, testigo y padre, ni olvidar las imágenes de acero que tallaron en su alma día y
noches de exposición a los reclamos de la publicidad


A veces, al librarse del guante de amianto y hebras de acero prescrito en el convenio, descubre
que durante la mitad del turno permaneció guardada ahí esa mano demasiado humana,
imperfecta y frágil en contraste con las tuberías de bronce, las bielas de acero y los bujes
de diamante de los indicadores de precisión del tablero
entonces se figura enfrentado a un enigma, una contradicción o quizá una paradoja: ya es tarde y
no viene a su mente la palabra que mejor calificaría la visión de esa mano contradiciendo el
mundo
por eso deja que el enigma y su figura queden flotando allí, indecisos, a punto de volver a
representarse o de concluir disipándose como todas las cosas mentales

 

El maquinista sabe que algo suyo aguarda en la curva inminente y que antes o después -da
igual- la señal de vía libre anticipando la próxima estación lo volverá a la rutinas de su
oficio: él también es uno entre tantos únicos que esperan
mira su mano, se dice «espero» y se pregunta: «si la mano es mía y el brazo mío, y este hombro,
el pecho, el torso, el otro brazo, tal como mis dos piernas y la cabeza y el lugar que todas
estas partes ocupan en mi cabina, son míos, entonces: ¿ quién seré? ¿ también yo seré
mío? Y si soy mío: ¿qué es esto que me tiene? ¿que este mí que me hace suyo..?»


«Piensa» es una manera de decir, igual que «se pregunta» : no es que él piense o se pregunte ni
que descuide su deber para ubicar mentales signos de interrogación al comienzo y al final
de sus dudas
son sus pensamientos, máquinas en libertad montadas en tantos turnos de vigilar tableros
iguales, quienes como los turnos, se siguen repitiendo al abrigo del aire tibio, sostenidas
por la paciencia templada en años de jamás pronunciarse
pocos maquinistas son capaces de tolerar que la duda, el asombro y los enigmas reiterados, se
conserven intactos, flotando en el aire viciado de la cabina y permanezcan ahí sin mas
apoyo que la confianza en un perfecto ensamble de máquinas que velan por la seguridad de
la circulación de máquinas

 

Recién este año aparecieron en el pueblo la nuevas máquinas de revelar: automáticamente, y sin
la intervención del personal, alcanzan los mas altos standard de calidad, precisión en el
registro de brillos y contrastes y fidelidad a todos los colores integrando complejos niveles
de ejecución

físicos
químicos
mecánicos
informáticos


como si en Japón las hubieran dotado de ese ideal griego de justos medios que cuatro esdrújulas
crecientes y enigmáticas, acaban de venir a evocar
son máquinas que no se venden y en las que ni el emprendedor mas optimista se atrevería
arriesgar su dinero
hay un representante que concede los derechos de uso a cambio de un compromiso de compra de
insumos químicos y papel de ampliación respaldado por una suma que se deposita a cuenta
de los pagos de royalties y contribuciones impuestas por el régimen de «franchising» que
encuadra el negocio


Son máquinas concebidas para funcionar sin interrupción durante años cumpliendo los standards
de calidad verificados en el acto de entrega
pero recién alcanzan sus standard de productividad y rentabilidad cuando en cierto ámbito
confluye su perfección mecánica con el auge del hábito de reflejar el mundo: un hábito de
las familias que la oferta de revelado mejor a menor precio y las campañas de publicidad
previstas en el proyecto aspiran a precipitar
son máquinas llamativas, que funcionando en las vidrieras de comercios y galerías predican
con insistencia mecánica el carácter visual del mundo y el privilegio de quienes consiguen
arrancar una imagen al arrasante tiempo

Esta no es una ciudad: la cabecera del partido es un pueblito de provincia
hoy, aquí , una de estas nuevas máquinas japonesas consiguió reveló en menos de media hora
cuarenta y seis rollos con millares de imágenes del viaje de los egresados del industrial a
un centro turístico de las sierras, dos rollos que registran obsesivamente el juego amoroso
representado frente al espejo del hotel de la ruta por una pareja que las vendedoras de la
galería identificaron como un matrimonio de odontólogos, tres rollos con ciento dieciocho
tomas de las mejoras técnicas que el nuevo arrendatario incorporó en el campo de
Urquillo y uno con treinta fotos sobrexpuestas y seis bastantes claras tomadas minutos
después del descarrilamiento en la curva de Lamadrid
esas imágenes reflejan mas la precipitación de un amateur que la desesperación de los
sobrevivientes de la tragedia
ni la verdadera magnitud de esa escena -dantesca- ni la frialdad con que sobrevivientes y testigos
saquearon y desnudaron cadáveres y heridos, serían advertidas por un extranjero que viese
las fotos sin saber la verdad, o por cualquier vecino que, volviendo de un tour a Disney
World, haya pasado la semana sin ver diarios argentinos ni noticieros de T.V.

Tal vez alguna de las grandes editoriales de Capital se decida a comprar estas tomas imperfectas
pero de indudable valor periodístico: hoy todos por aquí andan preguntándose cuánto serán
capaces de ofertar por estos negativos
cualquiera sea la suma, no paga el tiempo del veterinario Repsing, que hacia más de un mes que
tenía esa cámara en la guantera del Land Rover porque nunca le llegaba el momento de
devolvérsela al amigo de su hija
el muchacho la había dejado en la butaca trasera a volver de un bautismo
las pocas veces que Repsing recordó la cámara, andaba por la otra punta del pueblo, lejos de la
chacrita del amigo de la hija; durante semanas, cada vez que pasaba por el lugar venía
apurado, o andaba «con la cabeza en otra cosa»

Volvió a pensar en la cámara, como si le encendiera una lámpara, recién esta mañana, cuando
tuvo la suerte de bajar a la ruta por la curva de Lamadrid cuando el rápido descarrilaba y la
locomotora parecía levantar vuelo empujada por un ruido enorme que parecía venir de mas
allá del cañadón del otro lado de la vía
sacó todas las fotos en menos de cinco minutos y cada vez mas preocupado con la idea de que la
máquina podía tenía el rollo mal puesto o que el calor de los últimos dias pudo haber
estropeado el rollo o los propios mecanismos de ese aparato que manejaba por primera vez


Ahora confirma que la cámara y el rollo estaban bien, que él hizo lo mejor que pudo, y que lo
único de lamentar era ese tipo de película ultrasensible que le recomendaron al amigo de su
hija para las fotos del bautismo
el chico habia pedido que le dieran un rollo especial porque el bautismo se hacía en una capilla
de mala muerte donde ni el cura alcanza a leer las letras grandes del misal por la poca luz
que sale de las lamparitas, allá arriba, en la punta de esos caños de cemento chorreado de
cera que dan impresión de ser grandes cirios o velones a los que miran desde lejos


Si alguien llega a comprar esas fotos, pague lo que pague, no cubrirá el valor del recuerdo que en
el momento de tomarlas Repsing se grabó para toda la vida, ni el precio irrisorio del
revelado de las fotos
pagan la suerte y el privilegio quien, a tiempo, pudo disputarle una imagen al tiempo
esa máquina de arrasar todo que ojalá ya mismo vuelva a caer en el olvido porque de lo contrario
no podré recordar

Olvidémoslo ahora que el principal de turno del destacamento toma declaración al imputado por
la catástrofe, y vuelve a pedirle al señalero que repita sus dichos porque su máquina de
escribir, una Olivetti de los años cincuenta, tiene unas tabulaciones que traban el carro
cuando llega a la mitad de cada renglón y no apareció nadie se anime a tratar de arreglarla
desde el mediodía está tecleando dichos de los testigos que vieron al hombre a veinte o treinta
metros su puesto -la casilla del curvón- agachado, en el pasto, ocupado en lavar, o arreglar
o revisar algo de la parte inferior de una máquina de fumigar acoplada a su autito amarillo

El imputado repite que la gasificadora no es suya y que nunca la vio y que mal pudo haberla
acoplado a ese Citroen que ni fuerza tiene para repechar la barranquita de la Shell,
que medio mundo sabe que siempre para cargar nafta sube a pata a la Shell
que el encargado siempre tiene que prestarle un bidón para que baje a la banquina, llene el
tanque, y que si no pasa si no pasa un conocido en tractor o en auto, vuelva subir a pata
la barranca para dejar el bidón vacío en la garita del surtidor
insiste reclamando que llamen a los playeros de la Shell o al mecánico y que pregunten si falta a
la verdad
a gritos reclama que manden a buscar a los que dijeron que el Citroen estaba a treinta metros de la
casilla y que se lo repitan en la cara
que llamen a todos lo que pueden tener fumigadoras con trailer y les pregunten donde estaba
guardado esa mañana y que averigüen en todos los boliches y en el supermercado si alguna
vez lo vieron tomar o comprar botellas que no sean de aceite o pepsi cola o de cosas para el
baño
vuelve a hablar de la democracia y pide que hagan venir a técnicos de la jefatura de policía y
que le hagan pruebas a ver si en las manos encuentran huellas de grasa o de cualquier cosa
que pruebe que estuvo arreglando máquinas
que hagan traer de Buenos Aires un detector de mentiras y peritos que entiendan de ferrocarriles y
que traten de revisar los antecedentes y el prontuario de los testigos que inventaron la
historia de la fumigadora acoplada al Citröen|

Como una máquina indiferente, la mujer del poema viene del gabinete de su manicura y no
sabe ni debe saber que el silencio que descubre al llegar es el sonido de esa maquina de
arrasar todo cuya existencia ignora, y que, para ella, han traducido al girar de dos agujas
en la pulsera de oro y titanio que rodea su muñeca
actuando como supiera, en una decisión calculada cotejando horarios y planificando cada uno de
los actos que debe ejecutar después, opera el control remoto del televisor
ni mira la pantalla: solo intentaba dar noticias de su llegada y que la sala y la planta baja se
llenen con voces y efectos musicales que representan con bastante fidelidad el registro de
los micrófonos de estudio de un programa de entretenimientos de la Capital

Sin escuchar las voces y esos aplausos y griteríos grabados que agregan par aque el publico
parezca mas numeroso, o más comprometido, la mujer enumera mentalmente las rutinas
previas al baño y todo lo que debe preparar para la fiesta
no sabe que durante las próximas horas, mas de la mitad de sus cuidados se aplicarán a la
conservación de los efectos del trabajo de peluquera, manicura, y cosmetóloga y que
destinará menos de la tercera parte de su energía a las rutinas de bañarse, vestirse, terminar
de pintarse y maquillarse que componen ese plan en el que se supone totalmente
concentrada
mas tarde tendrá que derivar buena parte de esa energía al control de los arreglos de su vestido y
de la expresiones de su cara y al permanente chequeo de los efectos que de tantas
superficies sobre los invitados que después lo transmitirán al fondo la vida social del
pueblo

El hombre, sorprendido por los diálogos de la televisión, la estuvo mirando, -quizás creandola-,
y piensa que también ella es una maquina,


Se dice que sí, que ella sí es una maquina, pero una maquina fastuosa, equivalente a un
automóvil que consume la mitad del combustible solo para para magnificar el control de la
presión de aire en uno de los neumáticos traseros
piensa que eso es lo bueno de los humanos: su irregularidad, su asimetría, la desmesura de
consumir fuera de cualquier propósito de equilibrio, fuera cualquier pretensión de armonía
entre las cosas

Piensa eso, pero allí donde el que escribe elegiría las expresiones «automóvil», «neumático», y
«trasero» se representa las palabras «auto», «ruedas» , «de atrás» mientras ve imágenes que
refieren cada nombre como en el curso de una sucesión de relámpagos, flashes, fotografías
sobrexpuestas tomadas al azar por un aficionado
ve manos, ve un tren, rieles, ruedas acantonadas que chispean girando sobre los rieles, después
ve un solo riel fijado a los durmientes de quebracho con clavijas de hierro dulce, y
después el perfil de otro riel que cede y se curva levemente bajo el peso de las ruedas
y ve matas de pelo a coloreado -teñido-, un estampado búlgaro sobre una superficie de seda gris,
el brillo de la seda, la forma de un auto con un solo neumático fuera de escala
sobresaliendo del guardabarros y el vestido de seda revelando las curvas del cuerpo de la
mujer en un solo lugar: la cadera
evoca el ruido de la seda al frotarse y casi llega a componerse mentalmente, bajo la seda, la
imagen de la cadera desnuda de la mujer cuando una nueva sucesión de sirenas, en la ruta,
le recuerda el accidente y el ir y venir de camilleros, médicos y periodistas en el hospital
vecino, que mostró el noticiero del mediodía locutado desde un estudio de Capital, a mas
de cuatrocientos quilómetros del pueblo

Alguna vez, el maquinista debió haberse masturbado en su cabina representádose una cadera
semejante, bajo un ruido mucho mas intenso, pero menos perturbador
parte blanca de la mujer: máquina erigida como vacilación entre el nacimiento del muslo y la
piel tensa y delicada que cubre la cadera y revela la dureza del hueso apenas unos pocos
milímetros debajo
«tierra de nadie entre piernas y vientres», piensa, «nada impediría que me masturbe ahora
pensando en ella bajo el atronador murmullo de la seda, imaginándome a la vez el ruido de
la seda y el improbable sueño erótico de un maquinistas y el silencio espectral de mundo
que potencia el horror estas sirenas desafinadas»
pero piensa que no debe distraerse, que debe permanecer enfrentando al sentido que pocas veces le
parece tan claro, para afirmarlo y evitar que como tantas veces, se disipe hasta confundirse
con el aire de la trivialidad
imagina un conjuro: una danza pautada, cuya ejecución desplazaría su cuerpo por la casa
ubicando en cada espacio la palabra correspondiente
la música respondería no a las palabras, sino a algo que ellas aun no terminan de referir

Y escucha, se oye:


«fijando la atención en un punto
de esta tierra de nadie
de la mujer, de la provincia, o de la historia
-cadera, etapa o pueblo: cualquier detalle da lo mismo –
identifico el punto y alcanzo al mismo tiempo las palabras

«neumático»
«cadera»
«estilo», «señal»
«barrera»,
«pueblo»,
«maquinista» y «justo»

cada una de ellas se apropia de un tramo de mi conciencia,
y la serie que forman, todas
las presenta una a una
y una a una las devuelve a esa nada
que eran


Pero,
si contemplo ese cuerpo
desnudo, y puedo
conservar la conciencia
también desnuda de palabras
y eludo la tensión
que me exige ya, ya
identificar lo que veo
ya, yo
sigo consciente de mi ver
y solo de mi ver
de mi ver sin objeto,
de este ver tan vacío como nosotros
dos horas antes de la fiesta
donde mas, aún, mas que antes
mi conciencia también
desaparecerá

«¿Si?» » «¿Contemplo», «¿Yo? «, «¿Qué?» se pregunta, y agrega las preguntas a eso escrito
que alguna vez volverá a leer como un mecánico amateur que revisa el dispositivo que
improvisó con restos de otras máquinas dispares, y que, milagrosamente, parece a punto de
funcionar
y se piensa preguntándose: ¿Debo dejar estas imágenes suspendidas bajo la eternidad y en la nada,
en el mismo aire donde flotaron los pensamientos de maquinista, en este aire hogareño,
que como el aire imaginario de la cabina solo existe por una concesión, un pacto, una
exigencia narrativa?
¿O debo permitir que vuelva mi voluntad bajo la forma del deseo que provoca esta imagen y,
sin ceder a una satisfacción que lo disolvería, fundirme a él como una duda que nio debe
disiparse en el tiempo?
¿Actuar para satisfacer este deseo no equivaldría a alcanzar por mera precipitación las palabras
que refiere una imagen que, por nombrada, desaparece?
¿Podrá el poema ser la figura de un relato?
O: ¿Podrá otro hacer las veces de una máquina, como un deseo ajeno y lector, y reflejar solamente el resultado de su máquina invisible de regular, el peso de la convención, lo invariable?

Junio 1997

 

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