Flacidez y desamparo desde el jardín
«Desde el Jardín» es una novela escrita por Jerzy Kosinski, adaptada al cine con el título (en nuestro idioma) de «Bienvenido Mr Chance» y recordada por la gran actuación de Peter Sellers, quien interpretó a Chance, un hombre que vivió encerrado por varias décadas en una casa, cuidando su jardín y teniendo a la televisión como único medio de contacto con el mundo exterior. Hay un episodio en la novela donde su protagonista es acosado por una mujer que presume amarlo (EE), y presume el amor a partir de las erecciones. Al señor Chance jamás se le ha endurecido su pene, pero no es impotente porque ignora que lo que tiene entre las piernas sirve para algo distinto a orinar. A continuación, el episodio:
Cuando regresaron de la comida, Chance se metió en la cama y se puso a mirar la televisión. El cuarto estaba a oscuras; la pantalla iluminaba el aposento con una luz tenue y dispareja. Chance oyó que alguien abría la puerta. EE entró cubierta con un peinador y se acercó a su cama.
-No podía dormir, Chauncey -le dijo y le tocó el hombro. Chance quiso apagar el televisor y encender las luces.
-No, por favor -le pidió EE- Quedémonos así.
Se sentó sobre la cama, cerca de él y se abrazó las rodillas.
-Tenía que verte -prosiguió-; estoy segura… estoy segura de que no te incomoda que yo haya venido aquí… a tu cuarto. ¿No es cierto que no te molesta?
-No, no me molesta -dijo Chauncey. EE se fue acercando lentamente; su cabello le rozó la cara. En un instante se quitó el peinador y se deslizó entre las sábanas. Corrió el cuerpo hasta tocar el de Chance. El sintió la mano de ella que se deslizaba a lo largo de su torso y sus caderas desnudas, apretándolo, estrujándolo, recorriéndolo todo ardorosamente. Él extendió la mano y le acarició el cuello, los pechos y el vientre. Sintió que se estremecía bajo sus caricias y que sus piernas se separaban. No se le ocurrió otra cosa que hacer, de modo que retiró la mano. Ella continuó estremeciéndose y arqueándose, mientras apoyaba la cabeza y el rostro de él contra su carne húmeda, como si quisiese que él la devorase. Sollozaba, jadeaba, gemía, hablaba sin ton ni son, emitía sonidos entrecortados, como un animal. Lo besó en todo el cuerpo una y otra vez, mientras sollozaba y se reía al mismo tiempo. La cabeza bamboleándosele, buscó con la lengua su carne fláccida, mientras sus piernas se movían acompasadamente. Se estremeció y él sintió sus músculos humedecidos. Quiso decirle cuánto más hubiera preferido mirarla, que sólo contemplándola podía fijarla en su memoria y poseerla. No sabía cómo explicarle que le resultaba imposible tocarla mejor o con más intensidad con las manos que con sus ojos. La vista abarcaba todo simultáneamente: el tacto era siempre parcial. EE no tendría que haber deseado que él la tocase más que lo que pudiera desearlo una pantalla de televisor. Chance no se movió ni se resistió. De repente, EE se aflojó por completo y dejó caer la cabeza sobre el pecho de Chance.
-No me deseas -dijo-. No sientes nada por mí; absolutamente nada.
Chance la hizo a un lado con delicadeza y se sentó en el borde de la cama.
-Lo sé! ¡Lo sé! -exclamó-. ¡No te excito! Chance no entendió lo que le quería decir.
-Estoy en lo cierto. ¿No es verdad, Chauncey? Chance se dio vuelta y la miró.
-Me gusta observarte -le dijo.
-Te gusta observarme? -Lo miró fijamente.
-Sí; me gusta mirar.
Ella se sentó sin aliento, tratando de respirar.
-Por eso… ¿eso es todo lo que quieres, mirarme?
-Sí; me gusta mirarte.
-¿Pero no estás excitado? -Se inclinó, tomó su órgano y lo retuvo en su mano. A su vez, Chance comenzó a tocarla; sus dedos penetraron en su interior. Ella dio un respingo, volvió la cabeza hacia él e hizo un nuevo y desesperado intento por infundir vida a su órgano indiferente. Chance esperó pacientemente a que terminara.
Ella se puso a llorar amargamente.
-No me amas -gimió-. No puedes tolerar que te toque.
-Me gusta mirarte -dijo Chance.
-No entiendo lo que quieres decir -se lamentó ella-. Por más que trate no consigo excitarte. Y tú insistes en decir que te gusta mirarme… ¡Mirarme! ¿Quieres decir… cuando.. cuando estoy sola…?
-Sí. Me gusta mirarte.
A la luz mortecina del televisor, EE lo miró con los ojos entrecerrados.
-Tú quieres que yo acabe mientras tú me observas-. Chance no dijo nada.
-Si yo me tocara ¿tú te excitarías y luego me harías el amor? Chance no la entendió.
-Me gustaría mirarte -repitió.
-Ahora creo que entiendo -dijo EE-. Se puso de pie y con paso apresurada recorrió la habitación de un extremo al otro pasando por delante del televisor; cada tanto dejaba escapar una palabra, en voz apenas más audible que su aliento. Volvió a la cama. Se tendió de espaldas y comenzó a acariciarse el cuerpo lánguidamente, al tiempo que separaba bien las piernas; luego deslizó las manos hacia su vientre. Avanzaba y retrocedía, haciendo serpentear su cuerpo, como aguijoneada por punzantes hierbas. Se acarició después los pechos, las nalgas, los muslos. Con un rápido movimiento, envolvió a Chance con los brazos y las piernas, como si fueran ramas tendidas. Después de agitarse violentamente, se estremeció apenas. Se quedó inmóvil, semidormida. Chance la cubrió con la manta. Luego cambió el canal del televisor varias veces, manteniendo bajo el volumen del sonido. Descansaron juntos en la cama, mientras él observaba la televisión sin osar moverse.
Un rato después, EE le dijo:
– Me siento tan libre contigo. Hasta que te conocí, todos los hombres que frecuenté apenas reconocieron mi existencia. Fui sólo un receptáculo, poseído y contaminado; sólo la imagen de alguien que hacía el amor. ¿Entiendes lo que quiero decir? Chance la miró sin decir nada.
-Queridísimo… tú desatas mis apetencias: el deseo se abre paso desde mi interior, y cuando tú me miras, mi pasión lo disuelve. Tú me liberas. Me revelo yo mismo a mí misma y me siento purificada. Chance continuó en silencio. EE se estiró y sonrió.