Un pozo calcinado: Ocho años después del incendio de Ycuá Bolaños

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La intermitencia de Dios

A Marité Dios se le desapareció desde que estuvo en la recepción del Santa Bárbara,  un sanatorio cercano al supermercado Ycuá Bolaños que aún ardía y del que los bomberos y demás voluntarios sacaban calcinados sin saber si agonizaban o estaban muertos. Ella intentaba  hacer un listado de las personas que ingresaban y otro de las que buscaban a algún familiar que estuviera dentro del edificio en el momento en que un lamido de fuego lo rostizó todo.


Carmen, una de las integrantes de la Coordinadora  de Víctimas de Ycuá Bolaños, cuando ingresó al supermercado atiborrado de cenizas, no se se vio envuelta en el  infierno porque era necesaria la divinidad para terminar en un lugar así: sólo estaba rodeada de masas informes.
Desde entonces, Dios apareció y desapareció. Ahora, ocho años después de que murieran más de 400 personas en el interior del supermercado más emblemático de Trinidad, un barrio de Asunción, la presencia – o ausencia- divina se ha cristalizado.

Kolynos sobre ilusorias quemaduras

Marisa es abogada y desde el día siguiente del incendio estuvo en un lote aledaño al supermercado donde se colocaron carpas de diferentes entidades.  Ella es abogada del Ministerio del Interior y le colaboró a los sobrevivientes y familiares de las víctimas que pedían ayuda para cotejar documentaciones. Durante sus jornadas de veinticuatro horas escuchó distintas historias; tuvo que atender casos de viudas que, legalmente, no estaban casadas porque no reposaba el documento en el registro civil de la localidad. Algunas veces podía solucionar el tema por la lógica de las sucesiones legales. Aunque el caso que más recuerda no tiene que ver con meandros legales de ese tipo:  un señor de avanzada edad  que decía que su hijo era un sobreviviente y lo embadurnaba con crema dental Kolynos, pues la costumbre del lugar dice que esa aplicación sirve para sanar las quemaduras y caminaba por los distintos puestos pidiendo ayuda, caminaba por los distintos puestos de atención y relataba  la manera como sobrevivió el niño. El hombre incurría en narraciones inverosímiles e incoherentes. Marisa cree que el niño tenía síndrome de Down y recuerda que nunca recibieron ayuda porque se concluyó que el chico jamás estuvo en el incendio. Otros, con mecanismos más sofisticados, sí pudieron sacar tajada de los auxilios sin que hubiesen sido víctimas o familiares de los afectados.

La airada búsqueda de la justicia

Carmen Rivarola, una de las ejecutivas de la Coordinadora de víctimas de Ycuá Bolaños, estuvo el cinco de diciembre de 2006 presente durante la lectura de la sentencia en donde a los dueños del supermercado se los condenaba por un homicidio culposo. Las víctimas no estuvieron de acuerdo; según ellas, hubo una orden venida de los dueños del supermercado para que cerraran las puertas y nadie saliera pese a las llamas. Todos los que escucharon la decisión, entre los que estaba Carmen, rompieron lo que tenían a su alrededor y fueron a un supermercado de la cadena y lo saquearon. Desde ese día, cuenta Carmen, la opinión del Paraguay sobre ellos se dividió. Muchos los vieron como vándalos. Además, los han acusado de hacer política a partir de lo ocurrido; Carmen dice que siempre recibe ofrecimientos de políticos de distintos partidos para que se lance a algún cargo de elección pública. Ella lo único que quiere es justicia, la cual no consiste en una simple indemnización económica sino en un castigo adecuado a los culpables y en el mantenimiento de la memoria de lo ocurrido aquél domingo a las once y veinte de la mañana.

Sólo una pierna

Tatiana ya está acostumbrada a hablar de la pierna que perdió. De hecho, sabe que cada tanto los periodistas la buscan para preguntarle cómo ha sido su vida desde el momento en que ocurrió el incendio y le piden que levante la bota de su pantalón para que enseñe la prótesis. Ella aprendió que la vida continuaba y que la carencia de una extremidad no es suficiente para detenerla. Ni siquiera para correr una maratón en la que rompió su prótesis y tuvo que buscar un repuesto. Hoy, a sus quince años, quiere escribir un libro y bromea con el miedo que les da a sus compañeros jugar al fútbol con ella; los puntapiés que puede propinar llegan a  ser muy dolorosos para el que los recibe, incluso, para la pelota misma.

El hálito de una pesadilla

En la recepción del sanatorio a Marité se le acercó una bombera voluntaria  a decirle que quería morirse. La chica, de veinte años, recién salía de rescatar el cuerpo de un bebé que, según ella, suspiró por última vez entre sus brazos; emitió una respiración carrasposa, llena de humo y jamás volvió a hacerlo. Durante muchos meses la bombera, en medio de la oscuridad de su cuarto, veía al niño que le reclamaba por el rescate tardío. Tiempo después del tratamiento la chica se recuperó, quizá aún se le aparece el bebé pero ya no le reclama.

Cuando se cerraron las puertas

Un primo de Christian pudo rescatar a uno de los dos hermanos con los que había ido al supermercado. Salió con él y lo dejó en una estación de servicio. Cuando volvió al  Ycuá Bolaños las puertas ya estaban cerradas. Ahora ese primo trabaja y está aparentemente tranquilo, el hermano que rescató vive en Argentina donde estudia en una escuela. Christian ha sido uno de los más asiduos colaboradores de la Coordinadora de Víctimas; estuvo aquél cinco de diciembre donde rompieron cosas, él también rompió con rabia lo que tuvo más cerca, semeja uno de esos defensas centrales de la selección paraguaya de fútbol de fines de los noventa. Me enseñó las fotografías de sus familiares desaparecidos y, como Carmen, espera que haya otra forma de justicia que no se limite a la entrega de una suma de dinero.

Los efectos colaterales

Desde el 2 de Agosto de 2004 se formó la Coordinadora de Víctimas del Ycua Bolaños. Carmen dice que Trinidad siempre ha sido un barrio donde la gente se ha reunido con diferentes propósitos y que eso ha hecho que ellos estén más unidos. La asociación a la que ella pertenece, sin embargo, ha visto reducido su número de miembros. La gran mayoría de los que antes asistían se ha ido diseminando; algunos porque recibieron indemnizaciones monetarias, otros, por agotamiento.

Carmen sólo habrá de descansar el día que la guarden en un cajón y tiene el pleno convencimiento de que todos los fallecidos le dan fuerzas. Recuerda que en una de esas largas jornadas en las que se han apostado en despachos judiciales, días y noches seguidas, hasta los policías terminaron haciéndose sus amigos.  Además, el cuñado que perdió en el incendio, ha retornado, al menos en parte, a través de su hijo que nació poco menos de un año después de lo ocurrido.

Por muchos meses Marité no pudo asistir a un asado y sabe que eso mismo le pasó a gran parte de los bomberos, voluntarios y sobrevivientes del incendio. El olor a carne quemada se hacía insoportable, además le hacía recordar que los humanos podemos terminar oliendo a lo mismo que las vacas que comemos. También se acercó más a su hijo.

Las novenas

A los escombros olorosos a orina del Ycuá Bolaños llegué la noche de un viernes. Se conmemoraba una de las novenas por los fallecidos. Cada año, nueve días antes de recordarse un aniversario más del incendio, los familiares y sobrevivientes hacen este rito religioso. Las novenas son el evento que los católicos paraguayos más realizan con posterioridad a un fallecimiento. Marisa cuenta que una muchacha de unos veinte años  acudió a ella para solicitar recursos pues su marido era el carnicero del supermercado y había muerto. Ella provenía del interior del país. Marisa le dio la suma diciéndole a qué rubro correspondía cada cantidad dada. La muchacha le dijo que faltaba algo: Las galletas y los caramelos que se dan durante los rezos de las novenas.

Un país para el mesías

Los muros del otrora suntuoso supermercado están llenos de grafittis. Los vecinos del lugar cuentan que muchos consumidores de crack se internan en las instalaciones para pasar las noches. Uno de los escritos que hay en las paredes dice: «Paraguay». Abajo de ese  enunciado aparece otro: «Paracristo».

Coda

Ycuá significa pozo de agua.

Cántaros

En las largas mesas del tiempo

beben a raudales los cántaros de Dios.

Beben hasta vaciar los ojos de los que ven y los ojos

de los ciegos,

los corazones de las sombras vigentes,

la mejilla hueca del crepúsculo.

Son los bebedores más violentos:

llevan a la boca lo vacío como lo lleno

y no desbordan la espuma como tú o yo

Paul Celan

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One response to “Un pozo calcinado: Ocho años después del incendio de Ycuá Bolaños”

  1. beabodyart says :

    EXTRAORDINARIO RELATO, que con destreza gramaticál moral y sensibilidad poetica, que sólo un ser iluminado puede captar y describir con sencillez y
    soltura.

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